miércoles, 22 de mayo de 2013

Un dios pequeñito
YODONA (18 mayo 2013)



  Esta no es una oración ni un salmo ni una plegaria. Pero ayer se perdió un dios pequeñito y trato de encontrarlo. No luce barbas ni viste túnica. En sus manos no empuña un tridente ni un rayo. De hecho, sus extremidades son tan escuálidas que no podrían soportar tanto peso. Él nunca se anuncia con el rugido de los truenos ni el bullicio de las trompetas. Él es un dios de pies menudos, pasos ligeros y silencios largos. No sirve para grandes cometidos, mejor no hablarle de salvar al mundo o de frenar la destrucción de la capa de ozono. Él es más de remiendos y zurcidos, de recomponer un jarrón roto, una lámpara tuerta o echar azúcar en el té amargo. La mayoría de las veces pasa desapercibido. Con su traje gris gastado, sus zapatos con hambre y su viejo sombrero calado sobre la cabeza pelona, atiende con diligencia una enorme lista de asuntos pequeñitos. Por la noche, cansado de tanto ajetreo, sumerge los pies en agua caliente y come palomitas mientras ve películas de dioses grandes.

Pero ayer no regresó a casa. Hace horas que le busco, pero solo encuentro su ausencia. No es un asunto de vida o muerte, pero necesito que me regale un día sin rasguños, que esas letras dejen de darme la espalda y una nota se alargue tanto que se cuele por los poros de mi piel. Quiero una sonrisa para desayunar y unas risas en el almuerzo. Veinte poemas de amor y ninguna canción desesperada. Un sol en el horizonte, un mar cargado de botellas con mensaje y una noche con respuestas. Nada, los asuntos de un dios pequeñito. Sin mayúsculas ni altares.

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