martes, 30 de octubre de 2012

El abrigo
YODONA (10 octubre 2012)



  Era una prenda extraordinariamente gruesa, pero a él no le pesaba. Llegaba el invierno y la extraía del armario con alegría, casi con reverencia. Cada tarde hacía el mismo recorrido. Salía cuando la tarde ya bostezaba. Un saludo a la mujer del kiosco… Parece que hoy hace más frío. Sí, es el viento… Otro saludo al portero de la finca contigua. Para él, solo una leve inclinación de cabeza. Al doblar la esquina, se subía las solapas del gabán y en ese momento, cuando sentía las orejas protegidas por el cálido paño de lana, siempre se le escapaba una sonrisa. El gesto aún perduraba unos segundos, como si las costuras le susurraran secretos. Dos calles más y llegaba al parque. Se lo tomaba con calma, no había prisa. Cuando sus pasos abandonaban el asfalto y empezaban a crujir sobre la tierra, hundía sus manos en los bolsillos. Mejor que un guante, se decía para sí. Y movía los dedos entumecidos por el frío para que entraran en calor. Al instante, una caricia plácida y tibia ascendía por sus brazos. Junto a la fuentecilla seca se encontraba su banco preferido. El más resguardado y con vistas privilegiadas al atardecer. Se sentaba en aquella isla de silencio, hundía su mirada en el cielo encendido y se sumergía en el abrazo de la lana. De cuando en cuando, ladeaba la cabeza, parecía escuchar…

La noche que se sintió indispuesto, dispuso el abrigo sobre la cama. Se durmió entre susurros. Y así lo encontraron. Con una sonrisa eterna y un aliento de hebras flotando en la habitación. En ellas, las palabras de toda una vida. Ni rastro del gabán.

viernes, 19 de octubre de 2012

Nostalgia
YODONA (13 octubre 2012)



  En la estación resuena el eco de una risa. En la mano, un billete al pasado. Y sin pitidos ni anuncios, llega el viejo tren de lo perdido. Nadie en el compartimiento. Nadie en el resto de vagones. Solo uno mismo. Viajero y revisor de la memoria. El corazón adormilado por el rumrum hipnótico del paso sobre los rieles. No hay más paisaje que las postales guardadas en los recuerdos. La mente convertida en equipaje. La piel, un repertorio de pieles ajenas. Pieles queridas. Pieles soñadas. Un amor marchito. Un bebé que creció. Una mano que se escapó de las propias. En el trayecto, las manecillas del reloj también se aletargan. No son importantes. Ni el tiempo ni el espacio. Y, al llegar al destino, la realidad se calla.

Al tomar tierra, los pasos se tornan lentos. El asfalto es pegajoso como una golosina de fresa. El aire, una tela de araña en la que se enreda nuestro cuerpo. Los cabellos, ramas de una parra en busca de asidero. El pulso demora el latido, ahora envuelto en untuosa miel de romero. Y los sentidos se embriagan con el rastro de un perfume que creían olvidado. Como el tramoyista de un teatro recolocamos nubes, árboles, perfiles y horizontes hasta completar el plano añorado. Allí, inmersos en la evocación, erigimos la fantasía como única verdad. La escuchamos, la acariciamos, la sorbemos y nos sumergimos en ella hasta quedar empapados de todo aquello que se escapó. Con ánimo de hechicero, nos inventamos un lugar a salvo del presente. Incluso de nosotros mismos. Por un instante, habitantes del país de la nostalgia.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El juego de la vida
YODONA (6 octubre 2012)



  Pedorretas en la tripita. ¡Te he robado la nariz! Cinco lobitos… Chuta bien fuerte. ¡No persigas a las palomas! Un bigote de chocolate. Las pulseras de mamá. ¡Pum! ¡Bang! Fiuuuuu… Papi, mira como lo hago. Y, ahora, el perro, el león y el mono, a dormir, shhhh, no hagáis ruido, que se despiertan. Mañana, partido. ¿Y si me quedo en blanco en el escenario? ¡Jaque mate! Creo que me ha mirado. ¿Quedamos esta tarde? Me encanta esta canción. ¿Le gusto? ¡Sí, le gusto! ¿A dónde vamos esta noche? ¿Vienes a mi casa? ¿Hora de desayunar, de almorzar o de merendar? Si las líneas del paso de cebra son pares, todo irá bien. Bailo bajo la lluvia. ¡Bien, he bajado dos minutos mi récord! Mañana, un kilómetro más. Va de farol, en realidad no tiene más proveedores, tengo que mantenerme firme y ganarle el pulso. Ponte de perfil. Cada mes, una foto. Una semana y salgo de cuentas.

Pedorretas en la tripita. ¡Te he robado la nariz! Mira, este era el parque donde yo jugaba cuando niña. Siesta. De nuevo, la misma película de Disney. Los niños duermen, ¿vienes? Hoy, partido. Este fin de semana, escapada. Risas con los amigos. ¿Os acordáis de aquel día? Ganaré esta discusión aunque sea por aburrimiento. El mejor libro que he leído en mucho tiempo. Música directa al corazón. ¡Feliz año nuevo! Y el próximo. Y el otro. Y el siguiente… Sonrisa enmarcada por arrugas. Esquivar las preocupaciones. De nuevo, el mismo brindis. Me encantan tus ojos. ¡Otro nieto! Malcriarlos. Pedorretas en la tripita. Batallitas después de comer. Esconder los hilos a las Parcas.

miércoles, 3 de octubre de 2012

El amor viejo
YODONA (29 septiembre 2012)



  Perdido en una arruga. Sumergido en las pupilas acuosas, en los párpados crecidos, en las ojeras pronunciadas. Deslizándose lentamente, casi con pereza, por unos perfiles mil veces recorridos, pero siempre diferentes. Siluetas modeladas por millares de días buenos y malos, de riñas y sonrisas, de desencuentros y complicidades, de silencios y susurros. Cuerpos cubiertos de escritos, borraduras, tachones y notas añadidas. Cuerpos recitados de memoria, pero que en cada nueva lectura ofrecen un acento distinto, una sorpresa escondida, un matiz novedoso.

A veces, los pasos se tropiezan. Y a él se le escapa un gruñido. Y ella mira al techo o al cielo, o a la paciencia acumulada en tantos años. Son los bufidos del cansancio, de la rebeldía, de la obstinación. Un conato de berrinche ante esas piernas torpes, esas manos blandas o ese corazón que no late como le reclama el alma. Una callada insubordinación ante un recuerdo que juega al escondite o una imagen que parece perdida en el reverso del espejo. El mapa del rostro se arruga, los trazos se atropellan unos a otros y la voz se torna un improperio. ¡Yo ya no estoy para puñetas!, exclama él o ella desde la orilla de su impaciencia. En la ribera opuesta, el reflejo de su mirada sonríe. Con la misma sonrisa que le enamoró cuando otras músicas, otros sueños y otros proyectos poblaban sus días y sus noches. Por unos segundos dejan que las voces del río de lo vivido hablen por ellos. Al fin, las manos se enlazan y, de nuevo, se sumergen en el líquido amniótico de su amor. Su amor viejo.