jueves, 30 de agosto de 2012

Fin
YODONA (25 agosto 2012)



Cierra la puerta. Gira la llave. Arrójala al fuego. Y que el tiempo se detenga en esa habitación. Que el polvo se acumule sobre los muebles. Las arañas aniden en las molduras y tejan velos de letargo. Que todo duerma bajo su manto gris. Que el silencio ordene silencio. Y las manecillas del reloj se detengan sin alma. Polvo. Oscuridad. Silencio… Nada. Que la nada devore la estancia. Que se coma las risas que se tornaron huecas. Que sorba los besos que se cubrieron de escarcha. Que beba todas las palabras que nacieron en un salón de baile y murieron en el campo de batalla. Una inmensa lluvia de nada que cale cada recodo, que impregne el aire hasta robarle el oxígeno, que empape el pavimento de la memoria y desdibuje sus senderos.

Cierra la puerta. Date la vuelta. Mira al frente. Y aléjate sin volver la vista atrás. No te detengas al oír los cantos de sirena de la madera al envejecer. Ni atiendas los lloriqueos de las telas al ajarse o los suspiros de la pintura al desconcharse. Que las hormigas se paseen por los tarros dulces de los recuerdos, las cucarachas aniden entre las migajas de promesas y el óxido cubra la barandilla donde se posaban los pájaros que te hacían soñar. Que se queden ahí también los sueños viejos. Prendados para siempre en las pinzas de tender la ropa. Destiñéndose al sol. Deshilachándose por el viento. Durmiendo para siempre perdidos en la oscuridad de la noche. Sin piedad para los oráculos fallidos de las estrellas. Sin concesiones a las trampas de los anhelos... Sin futuro para el pasado.

viernes, 24 de agosto de 2012

Antes de entrar
YODONA (18 agosto 2012)



Deja la ira en el perchero, el rencor en el paragüero y las lágrimas en el felpudo. Sacúdete las palabras que se convirtieron en un aliento de agujas. Despréndete del egoísmo ajeno, de la soberbia y la avaricia que arrasan los sueños que un día creíste compartir. Cierra los postigos cuando veas el aliento helado de los errores adherido a tu mirada. Y da un portazo a la nostalgia pegajosa de todo lo que se te escurrió entre los dedos. Antes de entrar, deja en el buzón de devoluciones la fatiga que postra las comisuras de tus labios, abandona en el espejo del ascensor esa máscara en la que a veces te cuesta reconocerte y escupe lejos, bien lejos, el veneno de esos nombres que aún te aguijonean el alma. Gira la llave sin contemplaciones, aunque oigas cómo se quiebra la añoranza, aunque las partículas de los recuerdos crujan en cada vuelta y tu orgullo reviente en mil astillas.

Antes de entrar en el laberinto de tu pensamiento, antes de sumergirte en el océano de tu razón, abandona las maletas del despecho en el portal y líbrate de la capa pegajosa de la sinrazón. Tápate los oídos para que la venganza no te cautive con sus cantos de sirena. Aprieta los labios para esquivar el beso del desaliento. Sella tus párpados al espejismo de la impostura. Que la ponzoña no penetre en tu interior. Que la ceniza no nuble tu mirada ni encienda tu piel. Levanta una barricada de música, letras, risas y caricias, y protégete de todo aquello que te hace peor. Para la tristeza se acabaron las localidades. Para la ira, cartel de completo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Tiovivo
YODONA (11 agosto 2012)



Gira y gira. Anclado en la infancia. Liberado en el mundo de los sueños. Caballos, coches, carrozas y tazas bailan como satélites en un cosmos que nunca se detiene. Puertas giratorias a otra dimensión de luces de colores y nubes de azúcar. En cada vuelta, la niña de Tel-Aviv entrelaza sus risas con la de Atenas o Manhattan o Casablanca... Una conduce el caballo de Hércules, otra baila en la taza del conejo de Alicia, la princesa saluda desde su calabaza convertida en carruaje y la conductora gana todas las carreras. Gira el carrusel y la feria crea universos en los que todo es posible, incluso que las cuatro niñas puedan volar libres al mismo ritmo. Una melodía fugada de una caja de música impone su armonía infinita. Ahora un saludo a mamá. Otro a papá. Allí está mi amiga. Allá, el carrito de helados. Y, de nuevo, un saludo a mamá. Otro a papá… El mundo se torna un bucle. La vida, un carrusel.

Ahora saludo a un amor. Allí un amigo. Allá un instante de placer. La mirada se alegra en cada bienvenida que ya se torna despedida. Apenas un segundo para sentir que algo te pertenece. Otro segundo para perderlo. Todo cambia y nada perdura en la eterna rueda de la ilusión. Tan solo permanece una mano asida a la barra y el viento acariciando el rostro. El resto, la volátil voluntad de persistir. Gira y gira. La vida sigue, se enfrenta, se duele, se templa o se ríe en Tel-Aviv, Atenas, Manhattan o Casablanca. Pero nada altera la infinita cadencia del carrusel de la feria. Una vuelta y la niña saluda. Otra vuelta y la anciana se despide.

lunes, 6 de agosto de 2012

Obra inconclusa
YODONA (4 agosto 2012)



De repente, un poeta sintió frío. Mucho frío. Y dejó de escribir. Ya no continuaría aquel poemario. Si lo hiciera, pensó, solo añadiría traición a la verdad acumulada en aquel tercio de obra inconclusa. Toda la belleza, la pasión y los sueños que esperaban impacientes encontrar un lugar entre las líneas, se toparon con una puerta cerrada. Al otro lado, los renglones ya escritos se sentían flotar en el vacío, satélites vagando sin un planeta al que asirse. Un cosmos sin dios ni gravedad.

Pasaron años de frío y calor, como en todas las vidas. Y al poeta le llegaron aplausos y abucheos, también como en todas las vidas. Las arrugas se añadieron a su vocabulario. También los párpados cansados, la piel moteada y los suspiros al levantarse y tratar de recomponer su cuerpo. Los cabellos huyeron, igual que muchas palabras se dieron a la fuga, exiliándose en el archipiélago de la utopía. La paciencia también salió a escape y el poeta le tomó el gusto a desvanecerse de las tertulias y las charlas sin rematar opiniones, reflexiones o críticas. Los amigos se acostumbraron a sus idas y venidas. Lo achacaban a los caprichos de la edad y a la genialidad de su arte. Pero el poeta se reía de la comprensión ajena y, aún más, de sí mismo. No se reconocía en las reseñas ni en las biografías, y se equivocaban quienes creían reconocerle esbozado en los personajes de sus obras. Un día, el poeta tuvo frío y entonces comprendió: él era todo lo que no era. Hizo las maletas y desapareció para siempre en las páginas en blanco de su obra inconclusa.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El mar
YODONA (28 julio 2012)



Sumergirse. Flotar. El cuerpo suspendido en el líquido amniótico de la tierra. Los oídos perdidos en sonidos sin vocales ni consonantes. Los ojos velados por unos párpados con ganas de siesta. Y las formas al fin libres del peso. Por unos instantes, el espejismo de un mundo perfecto. Un océano sembrado de caracolas con susurros de leyendas, de mensajes de poetas dentro de botellas que los niños convierten en piedritas, de luchas de viejos pescadores contra enormes peces que le niegan su carne, pero le devuelven el orgullo. Un mar donde los dioses chapotean distraídos y sus predicadores se entretienen levantando castillos de arena. Construcciones bellas, efímeras e inofensivas. Fortalezas desarmadas sin banderas ni estandartes. Fosos de caracolas y conchas de mar.

Sumergirse. Flotar. Un líquido e infinito abrazo que acoge por igual a césares, emperatrices, soldados o plebeyos. Todos rendidos a su mutable belleza. Todos náufragos en su grandeza. El pensamiento anegado de sueños azules. ¿Sabrá el mar descifrar el galimatías de nuestra mente? ¿Beberá de nuestras risas y se refugiará en el eco de nuestra ausencia? ¿Se estremecerá al acariciar nuestra piel, invadirá cada pliegue con ánimo de conquistador, llorará al sentirnos abandonar su abrazo y buscará nuestro rastro en su inmensidad, del mismo modo que la nostalgia escarba en el olor del amante? ¿Responderá algún día la marejada a nuestros miedos o su rugido permanecerá mudo a las revelaciones? Sumergirse. Flotar... La vida navega a la deriva en el devenir de las olas.