miércoles, 1 de agosto de 2012

El mar
YODONA (28 julio 2012)



Sumergirse. Flotar. El cuerpo suspendido en el líquido amniótico de la tierra. Los oídos perdidos en sonidos sin vocales ni consonantes. Los ojos velados por unos párpados con ganas de siesta. Y las formas al fin libres del peso. Por unos instantes, el espejismo de un mundo perfecto. Un océano sembrado de caracolas con susurros de leyendas, de mensajes de poetas dentro de botellas que los niños convierten en piedritas, de luchas de viejos pescadores contra enormes peces que le niegan su carne, pero le devuelven el orgullo. Un mar donde los dioses chapotean distraídos y sus predicadores se entretienen levantando castillos de arena. Construcciones bellas, efímeras e inofensivas. Fortalezas desarmadas sin banderas ni estandartes. Fosos de caracolas y conchas de mar.

Sumergirse. Flotar. Un líquido e infinito abrazo que acoge por igual a césares, emperatrices, soldados o plebeyos. Todos rendidos a su mutable belleza. Todos náufragos en su grandeza. El pensamiento anegado de sueños azules. ¿Sabrá el mar descifrar el galimatías de nuestra mente? ¿Beberá de nuestras risas y se refugiará en el eco de nuestra ausencia? ¿Se estremecerá al acariciar nuestra piel, invadirá cada pliegue con ánimo de conquistador, llorará al sentirnos abandonar su abrazo y buscará nuestro rastro en su inmensidad, del mismo modo que la nostalgia escarba en el olor del amante? ¿Responderá algún día la marejada a nuestros miedos o su rugido permanecerá mudo a las revelaciones? Sumergirse. Flotar... La vida navega a la deriva en el devenir de las olas.

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