martes, 7 de septiembre de 2010

Soy la luna que miras. La misma que miró tu madre. Y la madre de tu madre. Y todas las madres que antes hubo. Soy la protagonista de las leyendas. El deseo de los enamorados. El estigma del hombre lobo.
Mi perfil fue escrutado desde la tierra que pisas por fenicios, griegos y romanos. Bajo mi hechizo bailaron las brujas del medievo y mi influjo iluminó a los sabios renacentistas. Guerras, revueltas, derrotas y victorias se proclamaron ante mi faz imperturbable y mi luz tenue dio cobijo a sueños clandestinos.
Me estás contemplando. Y, en este preciso instante, tu mirada se une al sinfín de una madeja formada de ruegos, deseos y juramentos. La lazada de mi fulgor te ata al ruego del que necesita una madrugada mejor. A la charla de una anciana con los que ya no están. Al miedo de una niña que no puede dormir. A la nostalgia de un marinero que busca un pedazo de tierra donde asirse. A la somnolencia de un soldado desde la garita de vigilancia y, también, a la tensión del enemigo que le apunta desde las rocas próximas. En este ovillo de miradas también se agolpan las visiones de tu pasado y las de tu futuro. El amor que tuviste y el que tendrás. Los ojos que te acompañarán en tu madurez. Los que te cuidarán de anciano. Y, también, los últimos que contemplarás. Yo veré ese momento. Pero no pestañearé. Seguiré aquí. Pálida. Lejana. Imperturbable. Una solitaria y romántica devoradora de miradas.

domingo, 25 de julio de 2010

Soy el recuerdo que aguarda en el cajón. Descanso. Dormito. Espero. Aguardo en la penumbra silenciosa. Como una cría en su nido. Como una mariposa en su crisálida.
La vida es un paréntesis en este vientre de calma. Un lecho ingrávido donde habitan los sueños perdidos, los deseos que llegaron a deshora, los amores que arañaron el alma.
Hay momentos en los que el cajón se abre unos milímetros. Apenas un segundo. Una hebra de luz. Suficiente para comprobarnos. Para saber que cada uno sigue en su lugar. Un suspiro sella el instante. Y vuelve el sosiego.
Las horas se derriten en la oscuridad y el eco de las campanas se funde en un laberinto de imágenes y palabras. Me gusta jugar con el tiempo. Dejo que el ayer me acaricie y modele nuevas formas en mis sombras. Inspiro pasado para, algún día, exhalar futuro.
Aquí, en la guarida secreta de tus entrañas, no existen las dudas. Ni los miedos. Ni los reproches. No hay abandonos. Ni renuncias. Tan sólo una espera. Un aliento. Una vida.

miércoles, 7 de julio de 2010

Soy la chica que pasea por las calles de París. No es mi ciudad, pero podría serlo. Mis pasos aún no son sólo míos, pero pronto lo serán. Las lunas de los escaparates devuelven mi reflejo y yo las miro de reojo. Mi imagen es mi conquista. Un reto al futuro.
Arranco a correr y me río al sentir el aire. Pero al final de la calle me detengo en seco. ¿Y si una gárgola resentida me acecha a la vuelta de la esquina? Quizás un malvado Frollo o un triste y solitario Quasimodo quieran robarme mis pasos.
Miro alrededor y la libertad toma un regusto de abandono. Ya no sé si quiero seguir sola. Por unos segundos pienso en retroceder. Deshacer el camino y regalarme, de nuevo, un reflejo en los escaparates. Cierro un segundo los párpados. De un café cercano me llegan los ecos entrelazados de una docena de conversaciones. Dos enamorados discuten. Dos amigas se cuentan confidencias. Un grupo de jóvenes ríen. En el aire se trenza el aroma dulce de un crêpe y unas campanas cercanas anuncian el mediodía.
Abro los ojos. Inspiro hondo y sonrío. ¡Qué diablos! ¡Prepárate París, aquí te dejo la huella de mis pasos!
A la vuelta de la esquina, todo.
A la vuelta de la esquina, quince años.

domingo, 27 de junio de 2010

Soy el vacío del que ya no está. Entras en la habitación y tratas de no verme. Te acercas a la cama, acaricias las sábanas, tu mirada resbala por los objetos que reposan en la mesilla, te detienes unos segundos en la sonrisa del retrato. Yo sigo inmóvil en un rincón. Aunque finges ignorarme, puedo sentir como brota tu odio hacia mí. Estoy a punto de dar un paso al frente, cuando tú, cómo si hubieras adivinado mis intenciones, te giras con determinación. Casi con rabia.
Ves el armario y cierras los ojos. Suspiras. No sabes si debes. No sabes si puedes. Al fin, te decides. Abres las puertas y un dolor agudo te corta la respiración. Tu corazón deja de ser músculo y sangre. Es una piedra helada con aristas. Un puño rígido e hiriente. Los restos de mármol de una lápida. Me aprovecho de ese instante de debilidad y la proximidad de mi presencia eriza el vello de tu espalda. Tomas una prenda y hundes tu rostro en ella. Su aroma se mezcla con mi aliento y la hiel penetra en tu cuerpo. Coges una camiseta, una camisa, un suéter. Un barullo de ropa que no consigue desvanecer mi olor. Ahogas un grito y te dejas caer en el suelo. Te rompes en un llanto.
Me arrodillo junto a ti. Siento el desprecio, el miedo, el asco que te provoco. Pero no voy a abandonarte. Yo no. Rodeo tus hombros. Acaricio el rastro que dejan tus lágrimas. Ya no me esquivas. Ya dejas que te acune. A partir de hoy, yo voy a ser tu compañero.

martes, 8 de junio de 2010

Soy el chico encaramado a esa azotea. Como cada primavera desde que llegué a Barcelona he subido a hacer volar mi cometa. Un punto rojo en el cielo de las calles viejas.
Mi madre no entiende ese tozudo gesto nostálgico y mi padre prefiere ignorarlo. El vecino del ático me presta la llave de acceso con recelo. Le adivino el pensamiento. ¡Catorce años y aún enredando con juegos de niños!
Desde lo alto del edificio, la ciudad huele más a hogar que a calle. Inspiro con fuerza y me alimento de un enredo de curry, chop suey y potaje. Aquí, los sonidos se tornan murmullo y las personas, figuras cabezonas sobre un tablero.
He elegido un buen día. El viento sopla con fuerza y el hilo ya corre entre mis dedos. La cometa inventa su danza solitaria . En este cielo, no hay más dioses de colores pugnando por el espacio. Estoy sólo en la terraza y no hay miradas de guerrero en las azoteas contiguas.
Con la próxima ráfaga atacaré el mar. Con la siguiente, un directo a Montjuïc. Mi cometa, soberana del cielo. Soy yo quien dirige su rumbo, como hacía de niño en Lahore. En la fiesta del Basant, cuando el cielo de Pakistán siente envidia de la tierra teñida de primavera.
Esta tarde me cansaré de correr. Cuando se ponga el sol, recogeré la cometa, devolveré la llave al vecino del ático y bajaré a la calle. Pisaré el asfalto y retaré orgulloso a los rostros desconocidos. Nadie sabrá leer mi mirada. No importa. Hoy he vuelto a hacerlo. He conquistado, de nuevo, un pedazo de la ciudad.

martes, 1 de junio de 2010

Soy la vieja que mira a la niña del patinete. En cuanto sale un poco el sol, somos las primeras en bajar a la plaza. Ella siempre corriendo arriba y abajo. Yo siempre parada en este banco.
Me gusta verla pasar, con los cabellos hechos un revoltijo, el ceño fruncido y la boca abierta, comiéndose el aire. Cuando la plaza se llena de gente, el juego se torna una carrera de obstáculos y a la niña, a veces, se le escapa una sonrisa pícara.
Mira por dónde vas, le regaña una mujer cargada de bolsas y amargura. ¡Ojo!, le advierte el hombre gastado que teme romperse. Y la niña sortea a unos y a otros, sin dedicarles ni siquiera un gesto. Vigila, le aconseja la voz cómplice del padre y, entre los dos, se trenza una mirada traviesa. A él también le gustaría subirse a un patinete, mirar al frente y dejar atrás los lastres.
Yo también quiero un patinete. Quiero levantar el freno, sentir el aire en el rostro, ver el mundo rodar y reírme del pasado. Un patinete para esquivar la colección de medicinas, los pasitos cortos y renqueantes, el estúpido tembleque de las manos y la piel transparente.
Subida a la pequeña plataforma volveré a sentirme dueña de mi vida. El viento desprenderá las escamas de mi cuerpo viejo y despertará el letargo de mi mente. Dirigiré mi marcha por sendas nuevas y saltaré sobre las absurdas preocupaciones de otros tiempos. E incluso, en un alarde de rebeldía, me atreveré a soltar por unos segundos el manillar. Los justos para dibujar un gesto certero y teatral. Un solemne y apasionado corte de mangas a la muerte.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Soy esa mujer que suma décadas de espera. Sentada en el taburete incómodo, acodada en la barra que huele a bayeta sucia, mi vista baila nerviosa entre las tapas resecas y la puerta de este bar mugriento. Cada tarde, vengo. Cada tarde, espero.
Mañana, nos encontraremos en el bar.
Carmín de sangre en los labios. En los párpados, sombras azules y verdes. Pestañas con rímel y mejillas rosadas de muñeca de porcelana. Mis manos tiemblan cuando me pinto. Mi rostro, una sombra de tonos en el espejo. Pero yo sigo cubriéndolo con luces de colores. Para que él me vea guapa. Para que él sepa que se detuvo el tiempo. Una pincelada más para borrar las arrugas. Más carmín para preñar de nuevo los labios.
Mañana, nos encontraremos en el bar.
Medias con costura, falda ajustada y tacones con alma de estilete. El mismo perfume dulzón. El mismo peinado fijado con laca. El mismo camino. El mismo latido desbocado que ahoga la respiración. Otro coñac para calmar la espera. Otro coñac para no ver el tiempo. Otro más, para que esas risas se diluyan.
Mis gestos se vuelven torpes, la lengua me pesa y las palabras se escabullen antes de pronunciarlas. No importa. Nada importa. La puerta se abre y mi vida parece volver a arrancar. Pero no es él. Esta vez no es él. Ya el coñac me arrulla. Ya mi corazón se duerme. Ya soy, de nuevo, esa mujer que espera.
Mañana nos encontraremos en el bar.
Él nunca miente. No es como ésos que dicen que murió.

domingo, 2 de mayo de 2010

Soy los pasos perdidos de la calle que pisas.


La huella invisible del pasado. Tu destino de mañana.
Dame un beso, le reclama el enamorado a la chica que, entre risas, simula escaparse.
¿Y si no voy?, imagina el ejecutivo con ojeras.
De ella me podría enamorar, piensa él al cruzarse con esa mirada transparente.
Y de ella debería desenamorarme, se tortura el amante que teme dar la mano a su amada.
Qué no me despidan, ruega la mujer del parado que llega tarde.
Esta falda me queda corta, calcula ella cuando se ve reflejada en el descaro de una mirada.
Espérame aquí, le dijo. Y ya acumula una vida de retraso.
¿En qué banco duermo hoy?, se pregunta el hombre del carrito.
Si las líneas del paso cebra son pares, ganaremos, imagina el deportista supersticioso.
Qué viejo está, se entristece la anciana al contemplar el caminar renco del hombre que tanto amó.
Aquella primavera, las calles de Sevilla también olían a flor de azahar.
En este portal el amor se vistió de urgencia, rememora la que ya no es joven.
No quiero ir, se lamenta el niño que come demasiado.
Hola, ríe ella en su primera cita.
Adiós, llora cuando él se va.
Podría irme y empezar de nuevo, se reta el que ya lo perdió todo.
Un beso. Sólo uno. El último. Y ya después me voy.

domingo, 11 de abril de 2010

Soy la nota de un piano. Un acento dibujado en el silencio. Un sueño que despierta del letargo. Mi melodía, una invitación. Una llamada recogida por una guitarra con caricia de terciopelo.
Los primeros compases, unos dedos que se rozan. Una sonrisa insinuada. Una mirada pegada a esa expresión. El piano marca el ritmo y espera. La guitarra se desliza por la estancia. Mide el espacio. Esboza unos pasos. E insinúa una provocación.
Empieza el baile. Él manda un giro a la derecha. Ella le sigue y apunta un giro más. Ya trazan coreografías. Ya se imponen al vacío. Un quiebro travieso de ella provoca unos segundos de desconcierto. El teclado se estremece y acorta la distancia. Las cuerdas se tensan, tiemblan y, en su emoción, se trenzan en un lazo.
El pentagrama quiere ser un nudo. Las notas crean enredos en su cadencia. Se buscan, se incitan, se comen las pausas y el silencio. Guitarra y piano. Piano y guitarra. Ambos ya son uno. El compás pierde el ritmo. Irrumpen nuevos acordes. Galopan las notas sin un rumbo. Y se funden en un último desvarío.
La guitarra, un desgarro.
El piano, un suspiro.
Un eco de conquista se derrama en el espacio.
Y el sonido, preñado, se calla.
Ya el silencio se impone de nuevo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Soy esa mujer tumbada en el suelo. Estoy en medio del comedor, el frío de las baldosas va impregnando mi piel, nunca me había dado cuenta de cuán irregular es la superficie del techo. Debajo del sofá hay una capa espesa de polvo y las patas de las sillas están un poco desconchadas en la base. Aquí, la temperatura es un poco más fría, se cuela aire por la puerta del balcón.
En realidad no sé qué hago así. No me tumbaba en el suelo, sin hacer nada, desde que era niña. De repente, me han dado ganas. Justo después de que él se fuera. En este mismo lugar, hace apenas unos minutos, descansaban sus cajas y sus maletas. Aquí también nos hemos dado un beso. Supongo que el último. Con sabor a prisa y despedida. Quizás debería llorar, pero no, en realidad no quiero. Me siento extraña, pero no triste.
Extiendo las piernas y los brazos, y me convierto en una X trazada en el suelo. Un signo de multiplicar. Una tachadura o una elección. Una incógnita. Una clasificación no apta para menores. ¿Por qué me siento tan bien aquí tirada? Niña, te vas a ensuciar, levántate, ¿no ves que te arrugas la ropa? Venga, ya eres mayorcita para tanta tontería… ¿Por qué hice caso? Me senté y me olvidé de volar. Apoyé las manos en el suelo y ya no fui la princesa del cuento. Me incorporé y me encontré con un amor de noches aburridas frente al televisor.
El techo es un papel en blanco. Alzo la mano y bailo sobre él. Mi pie marca el ritmo y dibuja en el pavimento un galimatías de notas y pentagramas. Si pruebo a rodar, mis ojos chocan con el suelo. Las palmas de mis manos palpan la superficie lisa y fría, templo mi frente con su frescura y sueño que abrazo una nueva partitura, una melodía que vuela por el cielo, con princesas y noches de luna, caballeros y dragones.
Sí, se está bien aquí abajo.

domingo, 14 de marzo de 2010

Soy ese gesto mil veces repetido. Perfectamente medido en su inconsciencia. Un pulgar y un índice que se rozan nerviosos. Una barbilla descansando en una mano. Una presión en un brazo. Un bufido en un mechón desmelenado.
A veces, apenas soy perceptible. Un refugio furtivo que mi dueño construye a toda prisa para ocultar un momento de incertidumbre o ahogar un bostezo delator. Quizás ni siquiera él sabe que existo. Una expresión del cuerpo robada a la razón.
Mi nimiedad me convierte en el triunfo de quien me descubre. La llave escondida que abre la puerta trasera de las emociones clandestinas. Puedo henchirme de ira y convertirme en la cloaca de las miserias, entonces sentirás miedo al verme nacer. Pero también puedo ser esa caricia que te adormece el alma, ese beso que te hace enloquecer, la sonrisa que te colma.
Soy la seña adorada por el amante. El trazo grabado en la memoria. El mapa del tesoro del pirata. Pero el día que el amor se va, quizás me convierto en el objeto del odio. El concentrado de todo lo aborrecido. La esencia de la tristeza o del hastío o de la decepción. La ruta que lleva a un cofre vacío que ya nadie quiere poseer.
Soy el reflejo de la pasión. La contraseña de la mente. El mensaje sin voz. Ya sabes, un fruncido en las comisuras de los labios. Un roce en el lóbulo derecho de la oreja. Un pellizco en las uñas. Sé que apenas me das importancia. No dejo de ser un gesto insignificante. Breve. Minúsculo. Casi invisible…
La prueba de tu humana vulnerabilidad.

sábado, 6 de marzo de 2010

Soy la celosa. La que en estos momento imagina que estás con otra y no soporta el dolor. Cuando llegues, oleré tu cuerpo, tu camisa, tus calzoncillos, buscando sus restos. En un momento de descuido, revisaré tu móvil. Si en el registro de llamadas hay un nombre de mujer, enloqueceré. Y, si no lo hay, tendré el convencimiento de que lo has borrado. Enloqueceré también. Trataré de no preguntarte. Pero sé que al final escupiré alguna sospecha. Tú te enfurecerás o callarás, harto de mi desconfianza, o quizás tratarás de borrar mis dudas con una caricia. Pero la rata que me come las entrañas no dormirá. Yo continuaré creyendo que me mientes, que ya no me amas, que hay otra a la que regalas tus besos y tus caricias, y seguiré volviéndome loca. Loca.
Sonríes a la nada. Pareces absorto. Ya no me amas. Ya no me deseas. Me visto para ti, adelgazo para ti, cocino para ti, pero hay alguna puta en la calle que te da más de lo que yo puedo darte. Hoy has tardado en devolverme la llamada. Cincuenta minutos. Cincuenta minutos en los que he llorado rabia. Dices que te ahogo con mis sospechas. Pero soy yo la que tiene la soga al cuello. Y, cuanto más te alejas, más ciñes el lazo. Me estrangulas con tu indiferencia. Tu silencio es la opresión que quiebra mi cuello. Los besos robados me están robando el aire. Ya no puedo respirar. No te vayas. Deja que me agarre a ti. Si me sueltas, moriré.
¡Ijjjj! ¡Ijjjj! Grita la rata. Y su chillido desesperado golpea mi cabeza. Trata de encontrar una salida y no la encuentra. Rasga mi vientre con sus uñas, muerde furiosa mi vagina y, ciega ella, ciega yo, seguimos enloqueciendo día a día. Juntas. Locas.

viernes, 26 de febrero de 2010

Soy la madre que viste a su hijo muerto. Un hombre. Mi niño.
Tranquilo, mi amor, ya te lavo, ya te cubro. No voy a dejar que nadie te toque. Yo te parí. Yo te entrego. Una caricia para tus cicatrices. Un beso para esos ojos que alguien ha cerrado. Un aliento para tu boca que dejó de comer por no poder hablar.
El frío de tu cuerpo me está calando en el alma, trata de decirme que ya estás lejos, pero yo no quiero escucharle. Aún no. Aún no me despido de ti.
Calcetines grises para estos pies que no querían zapatos. ¿Te acuerdas que de niño te daba un beso en cada pie cuando te despertaba? Era mi conjuro contra los malos pasos. Hace años que dejé de besártelos y el mal te ha devorado.
Calzoncillos blancos para cubrir el sexo que no dio frutos. No hay nietos en los que revivir tu sonrisa.
Una camisa blanca. Un traje oscuro. Una corbata. Ropas de difunto que no llevaste en vida. Ahora ya sé que no eres mío. Pero tampoco de ellos.
Hijo, estás muerto. Pero tu cadáver grita. Y a esta voz ya no hay muros que la lapiden ni golpes que la machaquen. Que la escuchen los traidores, porque los condena al silencio eterno. Ellos, tumores viejos que se agarran a sus poltronas del engaño. Salvadores del pueblo con el agua al cuello, que quieren mantenerse a flote agarrados a nuestro silencio y a nuestra ceguera.
Sí, hijo, has muerto. Pero a ti te llorarán por las calles. Cuando ellos lo hagan, brindaremos por su ausencia.




“Lo he acompañado antes de morir; lo vi muerto ya y ahora espero tener valor para vestirlo”. Madre de Orlando Zapata, preso político cubano muerto después de 85 días de huelga de hambre.
">http://wwwww.elpais.com/articulo/internacional/Ha/sido/asesinato/premeditado/elpepuintlat/20100224elpepuint_18/Tes

lunes, 8 de febrero de 2010

Soy la palabra de un escritor muerto. Él se ha ido, yo permanezco. Viva para toda la eternidad. Ahora soy yo su voz, su única voz, su cuerpo incorrupto, el único vestigio de toda su existencia. De nuevo, el tiempo ha colocado a cada uno en su lugar. Para él, el silencio. Para mí, la inmortalidad. Como siempre, he vencido.
¡Pobre incauto! Igual que todos, creyó que me poseía. Pasaba sus horas buscándome, soñándome, adorándome. Jugaba conmigo consciente de mi valor. Sabía que yo era capaz de conjurar emociones, de provocar dolor, pasión, amor u odio. Conmigo creó mundos que competían con la realidad. Liberó soledades, expulsó demonios y volcó sus deseos. Ingenuo, creyó que yo era su instrumento, sin percatarse de quién movía los hilos de su creación.
Ahora ya no está. Y ha llegado el momento de buscar a otro necio engreído que quiera jugar a ser dios. Me emboscaré entre su ambición y su temeridad. Le atraparé con el dulce compás de mi cadencia, me convertiré en su obsesión y le rendiré para siempre con la adulación de un lector.
Son pocos los que llegan a comprender que han acabado sometidos a su esclava. Algunos, repentinamente conscientes de mi poder, prefieren guardarme para ellos solos durante el resto de su vida, temiendo que en cualquier momento decida abandonarles por alguien más joven o más sabio o más provocativo. Otros prefieren exhibirme sin pudor y revolcarse en el pozo de adulación. Los hay discretos, temerosos al escogerme; otros son descuidados, irresponsables, estúpidos con tanta prisa por triunfar que ni siquiera saben utilizarme y me lanzan como unos dados en el tapete de su codicia.
Aún no sé por quién decidirme. Esta vez quizás busque a alguien nuevo, desprevenido… No hay nada como colarse entre la mirada ávida de un lector.

martes, 26 de enero de 2010

Soy el que no quiere pensar en Antoine. El que no quiere cubrir su mirada con las lágrimas de otros, ni su garganta de súplicas, ni su aliento de muerte. Soy el que pasa rápido las páginas de los diarios, cambia de canal durante el telediario y se niega a convertirse en espectador de esa exhibición obscena del sufrimiento.
Es fácil sentir el dolor ajeno porque no duele de verdad. Mi hijo no ha muerto sepultado en la miseria, no me han amputado la pierna ni siento hambre ni miedo. Tampoco quiero revolcarme en el vómito de la impotencia. Sería tan mentira como el dolor. ¿Acaso son mis brazos los que ya no pueden alzarse después de días de escarbar entre la devastación en busca de una vida que se apaga? ¿Es mi dinero el que va a llevarles agua, comida o un futuro?
Apenas he dado la calderilla que me molestaba en el bolsillo. La justa para tratar de tender una trampa a la conciencia. Mientras, desde la atalaya de mi hogar caliente, limpio y ordenado corro las cortinas para no ver la tristeza que se extiende más allá de nuestras fronteras. Ese erial terrible e inmenso que crece con nuestra complicidad.
Cierro los ojos, me tapo los oídos y trato de sumergirme en el letargo redentor de la inconsciencia, a salvo del desgarro de las palabras.
Pero antes del silencio, antes de la oscuridad, admito, advierto y grito que hoy no quiero pensar en Antoine. Aunque en esa negación tal vez se esconda, de forma tozuda y traicionera, la afirmación de que no dejo de sufrir por él.


Para Anónimo, en respuesta a su comentario del último post.

sábado, 23 de enero de 2010

Soy Antoine y quiero despertar. Pero no puedo. Cierro los ojos, los aprieto muy fuerte y cuento hasta diez.
Uno…
Que la pared no haga daño a mamá.
Dos, tres…
Que Marie no se quedé ahí abajo con Jean.
Cinco…
Que la casa no esté rota, ni la calle, ni la escuela.
Seis, siete…
Que no tenga hambre.
Ocho…
Que no se haga de noche.
Nueve…
Que mi camiseta esté limpia. Mamá siempre se enfada si me ensucio.
Diez…
¡No quiero este sueño! Tengo miedo y me equivoco al contar. Por eso no me despierto. Me he perdido y mamá ya no me dice lo que tengo que hacer. Hay hombres que cogen a niños. Yo los he visto, pero me he escondido. Porque mamá siempre dice que no vaya con desconocidos. Pero no conozco a nadie y no quiero seguir solo. Ya no lloro. Sólo un poquito, cuando abro los ojos y veo que no me he despertado.
Quiero que se borre la cara fea de mamá.
Uno, dos, tres, cinco, seis...



Los niños perdidos de Puerto Príncipe.
http://www.elpais.com/articulo/internacional/ninos/perdidos/Puerto/Principe/elpepuint/20100123elpepiint_5/Tes

viernes, 8 de enero de 2010

Soy la mujer que escupe al arzobispo de Granada. Me has juzgado y me has condenado, pero yo te expulso del reino del perdón. Has manchado la inocencia vertiendo hiel en su defensa. Has emponzoñado el aire, lo has colmado de palabras de odio. Ahógate en tu bilis. No necesitamos salvadores que nos azoten con sus flagelos perversos. Piérdete en tu laberinto de tinieblas y enfréntate a tus monstruos. Que un ejército de arcángeles te arroje a la oscuridad que tú vomitas.
Y que ardas en los infiernos de tu propia miseria.
Amén.


"Para el arzobispo granadino, "matar a un niño indefenso" y que lo haga su madre da a los varones "licencia absoluta" para abusar del cuerpo de la mujer. "
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/arzobispo/Granada/compara/aborto/genocidio/elpepisoc/20091223elpepisoc_9/Tes

martes, 5 de enero de 2010

Soy la ilusión de la noche de Reyes. El delirio de unos. El sueño de otros. Soy el vestigio de un mundo antiguo sin respuestas. Un hechizo de luz para tiempos oscuros. Un truco de magia sin trampa.
Soy el personaje que le dicta al autor. La ficción tozuda que se escurre por la coraza de la realidad.
Esta noche, déjame improvisar un baile con tu presente, haz que duerma la razón.
Te regalo un espejismo en el que todo es posible.
Si te dejas llevar, recordarás qué era creer en mí, en aquellos días con sabor a leche con cacao, mantas pesadas en la cama y colonia familiar. Aquel tiempo en que la noche se vivía desde los vidrios fríos de las ventanas y las penas se diluían en lagrimones chillones.
Confía en mí. No trastocaré tu vida. Ni desmontaré tu torre de piezas de colores. El mundo real no me interesa. Sólo quiero que te entregues a mí.
Prepararé un conjuro con restos de quimeras, polvo de anhelos, una pizca de desvarío y un rastro cálido de sueño de verano.
Una pócima contra los días grises que roban el aliento. Contra las horas marcadas en la agenda. Contra los bostezos callados.
Sé que no soy inmortal. Apenas el triunfo efímero de un deseo.
Un instante.
Un respiro.
Ya sabes, tan sólo una ilusión.