jueves, 29 de noviembre de 2012

El espejo
YODONA (24 noviembre 2012)



  Siempre arriba y abajo. Vistiéndose con prisas. Viéndose sin observarse. Y un día, en una pausa robada al tiempo, repara en ese rostro que parece retarle desde el espejo. Su seriedad le reprende. Su sonrisa le reconcilia. Ese es el semblante que todos ven cuando me miran, se dice. Al que responden cuando hablo, al que consuelan cuando lloro o el que acarician cuando amo. Se mira y no sabe si se reconoce. No es solo el paso del tiempo. Hay algo más. O quizás alguien más. Muchos. Antepasados en su piel y coetáneos en su mirada. Restos de los que pasaron por su vida. Un gesto imitado que se quedó. Un mohín inventado solo para alguien que permaneció para todos.

Se mira y trata de recordar todos los rostros que ha sido. Desde que se ponía de puntillas y apenas conseguía completar su imagen o cuando se detenía a observar los estragos de la adolescencia y suplicaba que la nariz dejara de crecer. ¿Qué sentiría si no fuera quien es y se topara con ese semblante por primera vez? Hay algo inquietante al tratar de observarse como un desconocido. En realidad, ahora que lo hace, constata que hace tiempo que no observa su propia mirada. No podría dibujar el mapa de sus arrugas, ni siquiera describir el gesto preciso de sus labios quietos. Un retrato lleno de dudas. Como un territorio ignoto. Inexplorado. ¿Por qué no? Cierra los ojos. Alarga el brazo y, tal como creía, no siente el frío del vidrio en sus dedos. Tan solo un ligero vértigo al atravesar el espejo. La percepción se revuelve. Nada es lo que parece. Ni siquiera su propio rostro.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ulises
YODONA (17 noviembre 2012)



  Ulises, desesperado ante la terrible atracción que le producían los cantos de sirena, logró liberarse de sus ataduras y saltó por la borda. ¡El rey de Ítaca ha muerto!, lloraron sus marineros. Penélope dejó de tejer y destejer. Homero lo borró de su obra y la humanidad se quedó sin su leyenda. Mientras, Ulises fue conducido a la isla partida, donde todo, como el cuerpo de sus sirenas, estaba conformado por la unión de dos mitades que escapaban a la lógica. Los árboles que nacían con raíces concluían en velas de navío. Por el contrario, los que se coronaban con ramas que miraban al cielo, brotaban de las patas zanquilargas de un avestruz. La tierra jugaba a las arenas movedizas entre las rocas y los lagos de aguas cálidas se veían salpicados de icebergs orgullosos. El primer bocado nunca sabía como el último. Y el sorbo más amargo se tornaba en dulce ambrosía. Había días que acaban en días y noches que se sucedían bajo el canto de un gallo recubierto de teclas de piano.

La sirena de cabellos malvas fue la encargada de guiar al joven griego por la isla. Y él la seguía, subyugado por la belleza de su voz y por aquel mundo que se reía de su imaginación. Ulises eligió una vivienda con patas de tortuga y, aunque nunca abandonó su armadura, asió una bella pluma cisne y pasó el resto de sus días componiendo poemas. Los más bellos, los introducía en una botella con cuello de pez y los lanzaba al mar. Su preferido era la leyenda de un héroe griego, mitad guerrero, mitad poeta, que sobrevivió a los cantos de sirena y regresó a Ítaca.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Superhéroes
YODONA (10 noviembre 2012)



 Fotografía: Rebecca Beltrán

Para variar, el superhéroe entra en el piso haciendo girar la llave en la cerradura. Arrastra sus pasos por el pasillo. Su última súper aventura le ha aburrido profundamente. En realidad, su intervención no ha resuelto nada que un minuto más tarde no hubieran solventado los bomberos, pero en algo tiene que matar el tiempo. Se dirige al dormitorio, quiere librarse cuanto antes del ajustado traje multicolor y embutirse en la bata de felpa. Mientras se desprende del extravagante guante gigante contempla el reflejo de su cuerpo en el espejo. Justo el instante en que la barriga, rescatada de la opresión, recupera su plácida redondez. Un último estirón consigue liberar al pie izquierdo, pero una uña demasiado larga provoca un pequeño desgarro. Un hilo suelto sobresale. Distraído, empieza a estirarlo. Lejos de resistirse, la fibra cede con asombrosa rapidez. En unos segundos el traje se transforma en un ovillo que el hombre se afana en componer. No tarda en estallar en carcajadas. Allí, en un enredo de menos de un palmo de diámetro, se desvanecen sus súper poderes. Sintiéndose repentinamente ligero recorre la casa jugando a malabares con el revoltijo. Al fin, al observar la ventana abierta, un brillo travieso ilumina su mirada. A la una, a las dos y a las…

La niña está enfurruñada. Otra vez esos grandotes le han vuelto a romper la bici. Con un par de palmos de un hilo raro que encuentra en la calle hace un apaño. Se guarda otro trocito para su mejor amiga. Desde la ventana, una anciana vislumbra el ovillo. Ya adivina una bufanda.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Aire
YODONA (3 noviembre 2012)



  Suspirar. Más. Muy hondo. Una bocanada de aire frío que limpie los alientos adormecidos. Aire nuevo nacido de mil soplos. De la risa alborotada de un niño que colma la estancia. De un beso perdido que flota en la estación de tren. El jadeo del atleta exhausto ante un nuevo record. El ansia del amante que sorbe cada minuto robado. El ahogo pegajoso y húmedo del miedo. Un bufido nervioso de impaciencia. El rendido silbido ante la belleza inabarcable. La respiración contenida ante el resultado que cambiará tu destino. El primer llanto del niño. La expiración… Una atmósfera infinita de alientos, suspiros e inspiraciones que han viajado por cuerpos jóvenes y viejos, enamorados, enojados, ilusionados o llorosos. Fluido de nitrógeno, oxígeno y argón impregnado de emociones, sueños, aburrimiento e inquietudes de millones de desconocidos a los que, sin saberlo, damos la bienvenida a nuestro interior. En cada bocanada se entremezcla el pensamiento de un sabio, el engaño de un pícaro, la honestidad de un íntegro o la traición de un ladino. Gentes que pasarán a los libros de historia, gente anónima cuyo rastro se perderá para siempre. Sin permiso se pasean por nuestros pulmones, juegan al escondite con la consciencia y se atrincheran en las células. Restos convertidos en energía de vida.

Inspiramos… y espiramos. Y en cada exhalación también se desprende una parte minúscula, imperceptible, insignificante de nosotros mismos. Un mensaje microscópico lanzado al océano del aire. Suma de muchos, restos de uno mismo... La vida de todos.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Soledad
YODONA (27 octubre 2012)



  Sola, soledad... Un día se instaló en la casa. Quizá se coló por el quicio de la puerta. Quizá llegó como una espora, de maceta en maceta, de ventana a ventana, hasta que anidó en el ficus del salón. Tal vez aterrizó en las maletas de alguien que después se marchó y la dejó allí, olvidada. Primero se quedó en un rincón, un poco cohibida, sin atreverse a entrar en las estancias adonde no había sido invitada. Poco a poco, sin hacer ruido, empezó a asomarse a las puertas, a recorrer pasillo arriba, pasillo abajo. Siempre en silencio. Sin molestar. Ahora ya se pasea con pantuflas y su bata cruzada por todo el piso. A veces se sienta en el sofá o corretea a la cocina en cuanto huele a café. Ella nunca toma, por supuesto, pero el aroma la hace sentirse bien.

Ya no es una extraña. Se sabe de memoria cada rincón, cada detalle y cada minuto de la vida constreñida en esas paredes. La rutina le gusta, aunque ella se amolda a todo. Nunca protesta y, cuando llegan visitas, se retira al cuartito de los trastos. Y se entretiene con los retales, los álbumes de fotos y las antiguas carátulas de discos de vinilo. Sus tardes preferidas son las que nublan los vidrios de las ventanas. Afuera, el viento y la lluvia hacen de las suyas. Dentro, en ese lugar que ya es su hogar, las horas se mecen entre letras, melodías y los programas preferidos de la tele. A veces, de cuando en cuando, con alguna película cómica, oye una carcajada y se pone contenta. Sabe que no es una mala compañía. En realidad, siempre quiso que la llamaran de otro modo… libre, libertad.