miércoles, 26 de mayo de 2010

Soy esa mujer que suma décadas de espera. Sentada en el taburete incómodo, acodada en la barra que huele a bayeta sucia, mi vista baila nerviosa entre las tapas resecas y la puerta de este bar mugriento. Cada tarde, vengo. Cada tarde, espero.
Mañana, nos encontraremos en el bar.
Carmín de sangre en los labios. En los párpados, sombras azules y verdes. Pestañas con rímel y mejillas rosadas de muñeca de porcelana. Mis manos tiemblan cuando me pinto. Mi rostro, una sombra de tonos en el espejo. Pero yo sigo cubriéndolo con luces de colores. Para que él me vea guapa. Para que él sepa que se detuvo el tiempo. Una pincelada más para borrar las arrugas. Más carmín para preñar de nuevo los labios.
Mañana, nos encontraremos en el bar.
Medias con costura, falda ajustada y tacones con alma de estilete. El mismo perfume dulzón. El mismo peinado fijado con laca. El mismo camino. El mismo latido desbocado que ahoga la respiración. Otro coñac para calmar la espera. Otro coñac para no ver el tiempo. Otro más, para que esas risas se diluyan.
Mis gestos se vuelven torpes, la lengua me pesa y las palabras se escabullen antes de pronunciarlas. No importa. Nada importa. La puerta se abre y mi vida parece volver a arrancar. Pero no es él. Esta vez no es él. Ya el coñac me arrulla. Ya mi corazón se duerme. Ya soy, de nuevo, esa mujer que espera.
Mañana nos encontraremos en el bar.
Él nunca miente. No es como ésos que dicen que murió.

domingo, 2 de mayo de 2010

Soy los pasos perdidos de la calle que pisas.


La huella invisible del pasado. Tu destino de mañana.
Dame un beso, le reclama el enamorado a la chica que, entre risas, simula escaparse.
¿Y si no voy?, imagina el ejecutivo con ojeras.
De ella me podría enamorar, piensa él al cruzarse con esa mirada transparente.
Y de ella debería desenamorarme, se tortura el amante que teme dar la mano a su amada.
Qué no me despidan, ruega la mujer del parado que llega tarde.
Esta falda me queda corta, calcula ella cuando se ve reflejada en el descaro de una mirada.
Espérame aquí, le dijo. Y ya acumula una vida de retraso.
¿En qué banco duermo hoy?, se pregunta el hombre del carrito.
Si las líneas del paso cebra son pares, ganaremos, imagina el deportista supersticioso.
Qué viejo está, se entristece la anciana al contemplar el caminar renco del hombre que tanto amó.
Aquella primavera, las calles de Sevilla también olían a flor de azahar.
En este portal el amor se vistió de urgencia, rememora la que ya no es joven.
No quiero ir, se lamenta el niño que come demasiado.
Hola, ríe ella en su primera cita.
Adiós, llora cuando él se va.
Podría irme y empezar de nuevo, se reta el que ya lo perdió todo.
Un beso. Sólo uno. El último. Y ya después me voy.