Soy esa mujer que suma décadas de espera. Sentada en el taburete incómodo, acodada en la barra que huele a bayeta sucia, mi vista baila nerviosa entre las tapas resecas y la puerta de este bar mugriento. Cada tarde, vengo. Cada tarde, espero.
Mañana, nos encontraremos en el bar.
Carmín de sangre en los labios. En los párpados, sombras azules y verdes. Pestañas con rímel y mejillas rosadas de muñeca de porcelana. Mis manos tiemblan cuando me pinto. Mi rostro, una sombra de tonos en el espejo. Pero yo sigo cubriéndolo con luces de colores. Para que él me vea guapa. Para que él sepa que se detuvo el tiempo. Una pincelada más para borrar las arrugas. Más carmín para preñar de nuevo los labios.
Mañana, nos encontraremos en el bar.
Medias con costura, falda ajustada y tacones con alma de estilete. El mismo perfume dulzón. El mismo peinado fijado con laca. El mismo camino. El mismo latido desbocado que ahoga la respiración. Otro coñac para calmar la espera. Otro coñac para no ver el tiempo. Otro más, para que esas risas se diluyan.
Mis gestos se vuelven torpes, la lengua me pesa y las palabras se escabullen antes de pronunciarlas. No importa. Nada importa. La puerta se abre y mi vida parece volver a arrancar. Pero no es él. Esta vez no es él. Ya el coñac me arrulla. Ya mi corazón se duerme. Ya soy, de nuevo, esa mujer que espera.
Mañana nos encontraremos en el bar.
Él nunca miente. No es como ésos que dicen que murió.
miércoles, 26 de mayo de 2010
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Pobre Penélope, que ya no le quedan ni pretendientes. Muy bueno. :-)
ResponderEliminarEsperar... se nos pasa la vida esperando, muchas cosas que no volverán
ResponderEliminarAlberto, Dani, gracias por pasaros por aquí
ResponderEliminarÉsos llevan razón, querida Emma. Él no murió. Y tampoco suele mentir. Cada mañana, nunca por la tarde, solo por las mañanas, temprano, a la hora en que los oficinistas toman café antes de entrar en el trabajo, él ocupa una mesa en un pequeño bar en el otro extremo de la ciudad. Cada mañana, vestido con su camisa de cuello raído y su vieja americana de cuadros de Gales. Cada mañana, un cortado al que la mayoría de los días le invita Ramón, el dueño de la taberna.
ResponderEliminarÉl tambíén espera. Aunque ya es incapaz de recordar qué.
Gracias, Guimaraes, por hacer tuya esta historia.
ResponderEliminarFE DE ERRORES.
ResponderEliminarMi comentario anterior empieza "Ésos llevan razón...", cuando en realidad debería comenzar así: "Ésos NO llevan razón...". Lo lamento.
Nada que lamentar. Sólo agradecerte, de nuevo, que hayas regalado otra cara a este álter ego. un abrazo.
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