jueves, 21 de marzo de 2013

Respirar
YODONA (16 marzo 2013)



  ¡Disculpe! Una voz joven le avanza y se aleja con pasos apresurados. Por su aspecto, no debe de tener más de veinte años. El hombre observa esa melena oscura meciéndose calle abajo. Como suele ocurrirle, el presente se convierte en un billete al pasado y regresa a unos rizos parecidos. Esta vez, sin embargo, el mechón no tiene urgencias y lo enreda distraído en su dedo. La memoria recupera el tacto de la piel saciada, de unas sábanas de algodón recio, como eran entonces las sábanas, de olores compartidos y de una luz antigua de atardecer. El recuerdo tiene la dulzura de las horas suspendidas. Esas que, como motas de polvo, siguen flotando en la atmósfera de lo amado, convirtiéndose en nostalgia. De cuando en cuando, le gusta asomarse a su cielo perdido y dar mordiscos en el aire. Entonces, su boca se inunda del sabor de la fruta madura.

Nunca se pertenecieron, pero se regalaban el uno al otro. Hasta una tarde en que ella no apareció. Desde entonces, solo el azar se la mostró. Siempre lejana. Siempre ajena. Él no sintió cómo en el vientre de ella nacieron otros latidos, ni trazó los senderos de sus arrugas, ni acarició el cansancio de su cuerpo. Nunca le perdonó que no se despidiera. Ni siquiera para morir. Durante años no le pesó su ausencia. Pero ahora que el presente mira al pasado para sentirse vivo, su recuerdo se hace más persistente. Y también los reproches. No comprende su marcha, ni su silencio, ni su ausencia. Ni tampoco entiende que, a veces, a través de unos rizos de cabellos oscuros, ella le visita. Y él la respira.

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