sábado, 29 de diciembre de 2012

Suerte
YODONA (22 diciembre 2012)



  Un gato negro cruzó, altanero y remolón, de lado a lado de la calle. Pasó por debajo de una escalera. Se coló en la ventana del número 13 y se asustó al ver su reflejo en un espejo roto. Amarilla es la mala suerte. Amarillo el reverso de la fortuna. Amuleto. Talismán. Conjuro. Crucemos los dedos, que no nos atrape el mal de ojo. Pero no hay suerte sin mala suerte. Ni mejor ventura que vencer a la pérdida.

A veces la suerte se torna chiquita. Tan nimia que apenas es perceptible. Es un aliento. Un latido. Si acaso, la sensación de seguir vivo. Otras, la fortuna se viste de largo. Y nos regala una caja enorme de risas, amores y la fuerza de poder con todo. Son los días de vino y rosas. Los de la piel encendida y los pasos firmes que se comen el mundo. Pero, de repente, el camino se tuerce y a la vuelta de la esquina topamos con hados que se ríen de nosotros. Caprichosos, desvían el rumbo, tuercen lo recto y esconden tachuelas en el empedrado. Así, tropezamos. Así, nos perdemos. Mientras, la buena estrella elige a otro mortal a quien iluminar. Con la suerte no hay pactos ni deudas. Bienvenida cuando llega. Cruz y raya cuando se va. Demasiado voluble y altiva como para prestarle nuestra amistad. Mejor no esperarla. Mejor no añorarla. Aunque, inevitablemente, hay días en que anhelamos su compañía. Junto a ella, sentados en un banco, podríamos contemplar cómo un gato negro se despereza en medio de la calle. Frente a él, en el escaparate, se expone el capricho de una combinación de cinco cifras en un número de lotería… Suerte.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Soñar
YODONA (15 diciembre 2012)



  No. Aquí no puedes entrar. Derecho de admisión. Cierro los párpados. Cubro los oídos. Oprimo los labios y el mundo entero se desvanece. Los tabiques de la realidad se derrumban y lo palpable se torna incorpóreo. Solo queda un infinito desnudo donde volver a parirme. Una y otra vez. Nacer del útero de las quimeras. Respirar en una atmósfera sin gases. Y despertar con la mirada nueva. Sin axiomas ni dogmas ni ortodoxias. Sin diccionarios ni leyes ni rutinas. Soñar. Imaginar. Fantasear. Alargar los brazos y con las palmas de las manos acariciar rostros esquivos, dibujar castillos en el aire y bendecir cada respiración. Introducir en un sobre la inquietud y depositarlo en el buzón del olvido. Y crear un no lugar por el que se paseen monstruos y broten paraísos. Posibles e imposibles. Un no tiempo donde arrodillar el pasado y el futuro. Aquí, en la burbuja intangible, no hay verdades, ni horarios. Y los amaneceres se despiertan cuando la noche fría amenaza con colarse por el ojo de la cerradura.

En las calles de los sueños, un empedrado de caprichos cubre los caminos. Azulejos de espejismos. En las fachadas no hay nombres ni números ni señales. El destino no existe, tan solo un laberinto que juega con las direcciones. En el aire, pompas de jabón que contienen el aliento del deseo. Burbujas llenas de ecos que quizá nunca existieron. Y, en la mano, una bola de cristal que cobija los anhelos. Al agitarla, la nieve baila y el sueño, tímido, ahora se muestra, ahora se oculta. Por eso, no. Aquí no puedes entrar. Aquí, solo yo y mi soledad.

martes, 11 de diciembre de 2012

Tras la mirada
YODONA (8 diciembre 2012)



  Mirada de un rostro sin nombre, de una máscara apenas vislumbrada. Un tropiezo en un café o en un vagón de tren o en un deambular distraído por la calle. No más que un instante, un segundo fugaz en el que apenas reparamos en el tono de su iris. Cortinas descorridas. Ventanas abiertas. ¿Qué descubriríamos si nos asomáramos? Impregnados en las pupilas de ese desconocido quizá hay paisajes que nunca veremos, rostros que ya no están, historias de amores apasionados o escenas de un horror indescriptible. Evocaciones con sabores, olores y texturas convertidos en formas, siluetas y manchas. Todo ahí, impreso para siempre, huellas imborrables para la memoria o imágenes desterradas al silente mundo del subconsciente. Pasto de sueños benditos. Pesadillas inmisericordes.

En la mirada, como en los surcos de un disco de vinilo, se aloja todo lo visto. Lo que se comparte y lo que se esconde. Lo que nos llena de orgullo y lo que nos avergüenza. Los ojos, testigos sempiternos de todas las contradicciones, recolectores de visiones que son emociones, registran y callan. Registran y callan. Millones de tomas almacenadas en la biblioteca de los sentidos. Estanterías infinitas clasificadas por el color del recuerdo. Amarillo para todas las mañanas que empezaron con una sonrisa. Naranja para las tardes plácidas, adormecidas. Rojo para todos los momentos en los que el corazón se encabritó. Azul para el frío, también el del alma. Violeta, séptimo y último color del arco iris, la antesala de lo prohibido. Y el negro, un difuminado de lágrimas.

martes, 4 de diciembre de 2012

La noche
YODONA (1 diciembre 2012)



  Farola, focos, fogata. Luz que rompe esa nada que cubre la mitad de nuestra existencia. Escenario de cuentos infantiles. Territorio hostil de nuestros miedos. Condenados por el tiempo, hemos creado mil conjuros para romper la noche. Brujas danzando para espantar la oscuridad. Velas en las ventanas para alejar a los espíritus. Candelas para mostrar el camino a los perdidos. En las estancias de tiempos pasados, bajo el ocre mortecino de un candil, un músico compone luz para la eternidad, un escritor lega versos de sol a la humanidad. Sueños para romper las sombras. Un navajazo a las tinieblas. Un desgarro al lugar donde habitan los monstruos, al vacío colmado de incertidumbres.

Negro sobre los colores de la luz. Amarillo, cian y magenta sepultados por las manecillas inclementes del reloj. ¿Dónde quedó nuestro mundo al ser traicionado por la paleta de un pintor siempre de luto? Si las hojas no son verdes, ni el tronco castaño, ni el fruto rojo, ¿dónde está ese árbol bajo el que descansábamos el verano pasado? ¿Cómo es el rostro amado cuando lo visita la oscuridad? La mirada ya no es un océano donde perderse o un manto pardo donde refugiarse. Los labios no son de fresa, ni la tez un atardecer. La luna nos roba los colores y, sin ellos, en un arco iris de grises, la vida juega al escondite. A tientas perseguimos una realidad dormida, mientras las equívocas apariencias se burlan de nuestra razón. Sin luz no hay axiomas, ni dogmas, ni certezas. La verdad se pierde bajo el aliento espeso de la oscuridad. La nada anda cubierta de noche.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El espejo
YODONA (24 noviembre 2012)



  Siempre arriba y abajo. Vistiéndose con prisas. Viéndose sin observarse. Y un día, en una pausa robada al tiempo, repara en ese rostro que parece retarle desde el espejo. Su seriedad le reprende. Su sonrisa le reconcilia. Ese es el semblante que todos ven cuando me miran, se dice. Al que responden cuando hablo, al que consuelan cuando lloro o el que acarician cuando amo. Se mira y no sabe si se reconoce. No es solo el paso del tiempo. Hay algo más. O quizás alguien más. Muchos. Antepasados en su piel y coetáneos en su mirada. Restos de los que pasaron por su vida. Un gesto imitado que se quedó. Un mohín inventado solo para alguien que permaneció para todos.

Se mira y trata de recordar todos los rostros que ha sido. Desde que se ponía de puntillas y apenas conseguía completar su imagen o cuando se detenía a observar los estragos de la adolescencia y suplicaba que la nariz dejara de crecer. ¿Qué sentiría si no fuera quien es y se topara con ese semblante por primera vez? Hay algo inquietante al tratar de observarse como un desconocido. En realidad, ahora que lo hace, constata que hace tiempo que no observa su propia mirada. No podría dibujar el mapa de sus arrugas, ni siquiera describir el gesto preciso de sus labios quietos. Un retrato lleno de dudas. Como un territorio ignoto. Inexplorado. ¿Por qué no? Cierra los ojos. Alarga el brazo y, tal como creía, no siente el frío del vidrio en sus dedos. Tan solo un ligero vértigo al atravesar el espejo. La percepción se revuelve. Nada es lo que parece. Ni siquiera su propio rostro.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ulises
YODONA (17 noviembre 2012)



  Ulises, desesperado ante la terrible atracción que le producían los cantos de sirena, logró liberarse de sus ataduras y saltó por la borda. ¡El rey de Ítaca ha muerto!, lloraron sus marineros. Penélope dejó de tejer y destejer. Homero lo borró de su obra y la humanidad se quedó sin su leyenda. Mientras, Ulises fue conducido a la isla partida, donde todo, como el cuerpo de sus sirenas, estaba conformado por la unión de dos mitades que escapaban a la lógica. Los árboles que nacían con raíces concluían en velas de navío. Por el contrario, los que se coronaban con ramas que miraban al cielo, brotaban de las patas zanquilargas de un avestruz. La tierra jugaba a las arenas movedizas entre las rocas y los lagos de aguas cálidas se veían salpicados de icebergs orgullosos. El primer bocado nunca sabía como el último. Y el sorbo más amargo se tornaba en dulce ambrosía. Había días que acaban en días y noches que se sucedían bajo el canto de un gallo recubierto de teclas de piano.

La sirena de cabellos malvas fue la encargada de guiar al joven griego por la isla. Y él la seguía, subyugado por la belleza de su voz y por aquel mundo que se reía de su imaginación. Ulises eligió una vivienda con patas de tortuga y, aunque nunca abandonó su armadura, asió una bella pluma cisne y pasó el resto de sus días componiendo poemas. Los más bellos, los introducía en una botella con cuello de pez y los lanzaba al mar. Su preferido era la leyenda de un héroe griego, mitad guerrero, mitad poeta, que sobrevivió a los cantos de sirena y regresó a Ítaca.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Superhéroes
YODONA (10 noviembre 2012)



 Fotografía: Rebecca Beltrán

Para variar, el superhéroe entra en el piso haciendo girar la llave en la cerradura. Arrastra sus pasos por el pasillo. Su última súper aventura le ha aburrido profundamente. En realidad, su intervención no ha resuelto nada que un minuto más tarde no hubieran solventado los bomberos, pero en algo tiene que matar el tiempo. Se dirige al dormitorio, quiere librarse cuanto antes del ajustado traje multicolor y embutirse en la bata de felpa. Mientras se desprende del extravagante guante gigante contempla el reflejo de su cuerpo en el espejo. Justo el instante en que la barriga, rescatada de la opresión, recupera su plácida redondez. Un último estirón consigue liberar al pie izquierdo, pero una uña demasiado larga provoca un pequeño desgarro. Un hilo suelto sobresale. Distraído, empieza a estirarlo. Lejos de resistirse, la fibra cede con asombrosa rapidez. En unos segundos el traje se transforma en un ovillo que el hombre se afana en componer. No tarda en estallar en carcajadas. Allí, en un enredo de menos de un palmo de diámetro, se desvanecen sus súper poderes. Sintiéndose repentinamente ligero recorre la casa jugando a malabares con el revoltijo. Al fin, al observar la ventana abierta, un brillo travieso ilumina su mirada. A la una, a las dos y a las…

La niña está enfurruñada. Otra vez esos grandotes le han vuelto a romper la bici. Con un par de palmos de un hilo raro que encuentra en la calle hace un apaño. Se guarda otro trocito para su mejor amiga. Desde la ventana, una anciana vislumbra el ovillo. Ya adivina una bufanda.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Aire
YODONA (3 noviembre 2012)



  Suspirar. Más. Muy hondo. Una bocanada de aire frío que limpie los alientos adormecidos. Aire nuevo nacido de mil soplos. De la risa alborotada de un niño que colma la estancia. De un beso perdido que flota en la estación de tren. El jadeo del atleta exhausto ante un nuevo record. El ansia del amante que sorbe cada minuto robado. El ahogo pegajoso y húmedo del miedo. Un bufido nervioso de impaciencia. El rendido silbido ante la belleza inabarcable. La respiración contenida ante el resultado que cambiará tu destino. El primer llanto del niño. La expiración… Una atmósfera infinita de alientos, suspiros e inspiraciones que han viajado por cuerpos jóvenes y viejos, enamorados, enojados, ilusionados o llorosos. Fluido de nitrógeno, oxígeno y argón impregnado de emociones, sueños, aburrimiento e inquietudes de millones de desconocidos a los que, sin saberlo, damos la bienvenida a nuestro interior. En cada bocanada se entremezcla el pensamiento de un sabio, el engaño de un pícaro, la honestidad de un íntegro o la traición de un ladino. Gentes que pasarán a los libros de historia, gente anónima cuyo rastro se perderá para siempre. Sin permiso se pasean por nuestros pulmones, juegan al escondite con la consciencia y se atrincheran en las células. Restos convertidos en energía de vida.

Inspiramos… y espiramos. Y en cada exhalación también se desprende una parte minúscula, imperceptible, insignificante de nosotros mismos. Un mensaje microscópico lanzado al océano del aire. Suma de muchos, restos de uno mismo... La vida de todos.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Soledad
YODONA (27 octubre 2012)



  Sola, soledad... Un día se instaló en la casa. Quizá se coló por el quicio de la puerta. Quizá llegó como una espora, de maceta en maceta, de ventana a ventana, hasta que anidó en el ficus del salón. Tal vez aterrizó en las maletas de alguien que después se marchó y la dejó allí, olvidada. Primero se quedó en un rincón, un poco cohibida, sin atreverse a entrar en las estancias adonde no había sido invitada. Poco a poco, sin hacer ruido, empezó a asomarse a las puertas, a recorrer pasillo arriba, pasillo abajo. Siempre en silencio. Sin molestar. Ahora ya se pasea con pantuflas y su bata cruzada por todo el piso. A veces se sienta en el sofá o corretea a la cocina en cuanto huele a café. Ella nunca toma, por supuesto, pero el aroma la hace sentirse bien.

Ya no es una extraña. Se sabe de memoria cada rincón, cada detalle y cada minuto de la vida constreñida en esas paredes. La rutina le gusta, aunque ella se amolda a todo. Nunca protesta y, cuando llegan visitas, se retira al cuartito de los trastos. Y se entretiene con los retales, los álbumes de fotos y las antiguas carátulas de discos de vinilo. Sus tardes preferidas son las que nublan los vidrios de las ventanas. Afuera, el viento y la lluvia hacen de las suyas. Dentro, en ese lugar que ya es su hogar, las horas se mecen entre letras, melodías y los programas preferidos de la tele. A veces, de cuando en cuando, con alguna película cómica, oye una carcajada y se pone contenta. Sabe que no es una mala compañía. En realidad, siempre quiso que la llamaran de otro modo… libre, libertad.

martes, 30 de octubre de 2012

El abrigo
YODONA (10 octubre 2012)



  Era una prenda extraordinariamente gruesa, pero a él no le pesaba. Llegaba el invierno y la extraía del armario con alegría, casi con reverencia. Cada tarde hacía el mismo recorrido. Salía cuando la tarde ya bostezaba. Un saludo a la mujer del kiosco… Parece que hoy hace más frío. Sí, es el viento… Otro saludo al portero de la finca contigua. Para él, solo una leve inclinación de cabeza. Al doblar la esquina, se subía las solapas del gabán y en ese momento, cuando sentía las orejas protegidas por el cálido paño de lana, siempre se le escapaba una sonrisa. El gesto aún perduraba unos segundos, como si las costuras le susurraran secretos. Dos calles más y llegaba al parque. Se lo tomaba con calma, no había prisa. Cuando sus pasos abandonaban el asfalto y empezaban a crujir sobre la tierra, hundía sus manos en los bolsillos. Mejor que un guante, se decía para sí. Y movía los dedos entumecidos por el frío para que entraran en calor. Al instante, una caricia plácida y tibia ascendía por sus brazos. Junto a la fuentecilla seca se encontraba su banco preferido. El más resguardado y con vistas privilegiadas al atardecer. Se sentaba en aquella isla de silencio, hundía su mirada en el cielo encendido y se sumergía en el abrazo de la lana. De cuando en cuando, ladeaba la cabeza, parecía escuchar…

La noche que se sintió indispuesto, dispuso el abrigo sobre la cama. Se durmió entre susurros. Y así lo encontraron. Con una sonrisa eterna y un aliento de hebras flotando en la habitación. En ellas, las palabras de toda una vida. Ni rastro del gabán.

viernes, 19 de octubre de 2012

Nostalgia
YODONA (13 octubre 2012)



  En la estación resuena el eco de una risa. En la mano, un billete al pasado. Y sin pitidos ni anuncios, llega el viejo tren de lo perdido. Nadie en el compartimiento. Nadie en el resto de vagones. Solo uno mismo. Viajero y revisor de la memoria. El corazón adormilado por el rumrum hipnótico del paso sobre los rieles. No hay más paisaje que las postales guardadas en los recuerdos. La mente convertida en equipaje. La piel, un repertorio de pieles ajenas. Pieles queridas. Pieles soñadas. Un amor marchito. Un bebé que creció. Una mano que se escapó de las propias. En el trayecto, las manecillas del reloj también se aletargan. No son importantes. Ni el tiempo ni el espacio. Y, al llegar al destino, la realidad se calla.

Al tomar tierra, los pasos se tornan lentos. El asfalto es pegajoso como una golosina de fresa. El aire, una tela de araña en la que se enreda nuestro cuerpo. Los cabellos, ramas de una parra en busca de asidero. El pulso demora el latido, ahora envuelto en untuosa miel de romero. Y los sentidos se embriagan con el rastro de un perfume que creían olvidado. Como el tramoyista de un teatro recolocamos nubes, árboles, perfiles y horizontes hasta completar el plano añorado. Allí, inmersos en la evocación, erigimos la fantasía como única verdad. La escuchamos, la acariciamos, la sorbemos y nos sumergimos en ella hasta quedar empapados de todo aquello que se escapó. Con ánimo de hechicero, nos inventamos un lugar a salvo del presente. Incluso de nosotros mismos. Por un instante, habitantes del país de la nostalgia.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El juego de la vida
YODONA (6 octubre 2012)



  Pedorretas en la tripita. ¡Te he robado la nariz! Cinco lobitos… Chuta bien fuerte. ¡No persigas a las palomas! Un bigote de chocolate. Las pulseras de mamá. ¡Pum! ¡Bang! Fiuuuuu… Papi, mira como lo hago. Y, ahora, el perro, el león y el mono, a dormir, shhhh, no hagáis ruido, que se despiertan. Mañana, partido. ¿Y si me quedo en blanco en el escenario? ¡Jaque mate! Creo que me ha mirado. ¿Quedamos esta tarde? Me encanta esta canción. ¿Le gusto? ¡Sí, le gusto! ¿A dónde vamos esta noche? ¿Vienes a mi casa? ¿Hora de desayunar, de almorzar o de merendar? Si las líneas del paso de cebra son pares, todo irá bien. Bailo bajo la lluvia. ¡Bien, he bajado dos minutos mi récord! Mañana, un kilómetro más. Va de farol, en realidad no tiene más proveedores, tengo que mantenerme firme y ganarle el pulso. Ponte de perfil. Cada mes, una foto. Una semana y salgo de cuentas.

Pedorretas en la tripita. ¡Te he robado la nariz! Mira, este era el parque donde yo jugaba cuando niña. Siesta. De nuevo, la misma película de Disney. Los niños duermen, ¿vienes? Hoy, partido. Este fin de semana, escapada. Risas con los amigos. ¿Os acordáis de aquel día? Ganaré esta discusión aunque sea por aburrimiento. El mejor libro que he leído en mucho tiempo. Música directa al corazón. ¡Feliz año nuevo! Y el próximo. Y el otro. Y el siguiente… Sonrisa enmarcada por arrugas. Esquivar las preocupaciones. De nuevo, el mismo brindis. Me encantan tus ojos. ¡Otro nieto! Malcriarlos. Pedorretas en la tripita. Batallitas después de comer. Esconder los hilos a las Parcas.

miércoles, 3 de octubre de 2012

El amor viejo
YODONA (29 septiembre 2012)



  Perdido en una arruga. Sumergido en las pupilas acuosas, en los párpados crecidos, en las ojeras pronunciadas. Deslizándose lentamente, casi con pereza, por unos perfiles mil veces recorridos, pero siempre diferentes. Siluetas modeladas por millares de días buenos y malos, de riñas y sonrisas, de desencuentros y complicidades, de silencios y susurros. Cuerpos cubiertos de escritos, borraduras, tachones y notas añadidas. Cuerpos recitados de memoria, pero que en cada nueva lectura ofrecen un acento distinto, una sorpresa escondida, un matiz novedoso.

A veces, los pasos se tropiezan. Y a él se le escapa un gruñido. Y ella mira al techo o al cielo, o a la paciencia acumulada en tantos años. Son los bufidos del cansancio, de la rebeldía, de la obstinación. Un conato de berrinche ante esas piernas torpes, esas manos blandas o ese corazón que no late como le reclama el alma. Una callada insubordinación ante un recuerdo que juega al escondite o una imagen que parece perdida en el reverso del espejo. El mapa del rostro se arruga, los trazos se atropellan unos a otros y la voz se torna un improperio. ¡Yo ya no estoy para puñetas!, exclama él o ella desde la orilla de su impaciencia. En la ribera opuesta, el reflejo de su mirada sonríe. Con la misma sonrisa que le enamoró cuando otras músicas, otros sueños y otros proyectos poblaban sus días y sus noches. Por unos segundos dejan que las voces del río de lo vivido hablen por ellos. Al fin, las manos se enlazan y, de nuevo, se sumergen en el líquido amniótico de su amor. Su amor viejo.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Rutina
YODONA (22 septiembre 2012)



  Despertador. Bostezo. En pie. De nuevo, otoño. De nuevo, el cálido aroma de la rutina. Dulce de mandarina. Mañanas vestidas de grana y marrón. Lágrima de lluvia en la ventana. El verano, una evocación en el altillo. Pasos hacia el baño. Pasos hacia la cafetera. Pasos hacia la puerta de salida. Siempre los mismos. Las prisas ya adheridas a la rutina. Una hoja cae. Otra. Y otra. Una alfombra de huellas repetidas cada mañana. La misma esquina. El mismo saludo a la misma sombra. Idéntico gesto para dar la bienvenida al día. El segundo café. ¿Sólo o con leche? Con una nube. Como siempre. Siempre… El sol persigue su estela. Los muros observan con sus rostros pétreos el devenir de la vida. Nacer. Morir. Las horas se atropellan. Las manecillas imponen el ritmo y el orden. Cada minuto parece nuevo. Pero, al final del día, todos se antojan iguales. Un revoltijo de prisas garabateadas en la misma esfera.

Las sombras se alargan. La noche juega a pillarnos desprevenidos. Y los susurros del aire repiten la misma melodía. Hoy. Mañana. Pasado… El eco del día anterior es el sonido del siguiente. De nuevo, la llave gira en la cerradura. Los pasos, un poco más cansados. Fuera los zapatos. Fuera la ropa que aprisiona. Fuera el corsé de la monotonía. En la cocina se repite la sinfonía de aromas y sonidos. Ya pronto habrá castañas. Sí, pronto. Como cada año. Hoy ha sido un día duro. ¿Cuál no lo es? Un suspiro al sentarse en el sofá. Una caricia sobre la piel cubierta. Un beso somnoliento. Los párpados se entrecierran. Cansancio. Bostezo. Sueño… Otoño.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Duda
YODONA (15 septiembre 2012)



No te atrevas a repetir que maduraré cuando comulgue contigo. Que habré llegado cuando coincida con tus ideas. Abandona ese aire de condescendencia, esa sonrisa de presunta superioridad moral. Y déjame aquí. Náufraga en un océano de incertidumbre. Contemplando en la distancia las orillas del sectarismo. Negándome a tocar tierra, a abrazar estandartes que nunca cubren a todos, a jurar fidelidad a esperanzas que escatiman horizontes, a acatar designios que me está vetado trazar. No te rías de mis dudas, de mis recelos y de mis temores. Preocúpate de tus dogmas. Revisa los cimientos de tus convicciones y no pases por alto ninguna grieta, ningún poro por el que pueda colarse un soplo de aire, porque un simple aliento será capaz de hacer temblar el torreón de tus certezas.

Sí, yo seguiré aquí. Haciendo equilibrios en mi balsa inestable. Y cuando trates de arrastrarme a la orilla, estallaré en carcajadas. Y tú me llamarás loca. Y entonces, además de reírme de mí misma, también me reiré de ti. Porque esa risa será mi refugio y mi vacuna. El talismán que me libre de la severidad de los preceptos. El escudo que combata el flagelo de los mandamientos. Parapetada tras las carcajadas que derriban la jactancia y la prepotencia, dejaré que miles de letras trepen por mi piel y sucumbiré a las cosquillas de sus huellas. Letras de acentos lejanos que susurran cuentos que no conozco, que desvelan sueños que duermen en orillas ignotas y que abren las ventanas del mundo de par en par. Que corra el aire. Que calle la oscuridad.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Vendimia
YODONA (8 septiembre 2012)



Han crecido con el latido de la tierra. Se han impregnado de las voces del viento y el silencio del sol y la noche. Murmullos, rumores, crujidos, silbidos y aullidos del paisaje han mecido su sueño. Las palabras ásperas, auténticas, cálidas y heladas del suelo les han susurrado historias antiguas, de fronteras pretéritas y lenguas ya calladas. Voces mortales, de generación en generación, han modelado sus cepas. Y con el eco de tantas huellas, ahora ofrecen su fruto maduro. Una armonía de sabores aún vírgenes, aún por explorar.

Es tiempo de vendimia. De recoger la labor de un tiempo y un espacio. De prensar la expresión de la tierra, exprimir las emociones y dejar reposar las ilusiones. Allí, en la cuba de la esperanza, en la marmita del alquimista, dormirá durante largos meses el canto sabroso y provocativo de la garnacha, la merlot o la shyrah. Barricas de roble llegadas de otras tierras y con otros sonidos acunarán su descanso y el tiempo, siempre el tiempo, sabrá crear nuevas estrofas de una melodía que enlaza a nuestros padres con nuestros hijos. En el silencio y la oscuridad, en el regazo de la tierra, resguardada de las prisas, se gestará la magia sin engaños. El más tangible de los sueños. El alma del fruto. Al fin, llegará el momento. El néctar abandonará su seno y llegará a nuestra copa. Entonces callaremos y escucharemos la generosa ofrenda de la tierra. Un sorbo que son las voces del viento, el sol, la noche, el paisaje, el suelo, las ilusiones, las emociones, el descanso, tantos sueños… Al fin, un sorbo de vida.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Un zumo
YODONA (1 septiembre 2012)



Aún medio dormida. Con los sueños todavía prendidos en los párpados. Los músculos resistiéndose a desperezarse y la voz remoloneando antes de emerger de la caja de los sonidos. Toma un par de naranjas. Las parte de forma automática y empieza a exprimirlas. La pulpa, obediente, desprende su néctar. Unas vueltas más y ya el vaso se colma del líquido de sol. Un sorbo. Está dulce. Y sabe a memoria. ¡Tómatelo antes de que pierda todas las vitaminas!, cree escuchar las voces de todas las madres en pie de guerra. Detrás del primer sorbo vienen todos. Siempre precipitados. Como si de repente la mañana se le echara encima. Como si el jugo le hubiera contado todos los secretos que le robó a la tierra y al sol. Quizá, con el cerebro aún abotargado, es su cuerpo quien recoge los mensajes de viajes antiguos. Son sus ojos los que se colman de antiguos paisajes a los pies del Himalaya, sus oídos recogen hablas que ya se perdieron en el tiempo y su lengua se colma del mismo líquido que atravesó el océano con Cristobal Colón. Es su piel, y no su razón, la que recoge el perfume de noche de primavera. Caricia de flor de azahar. Versos de poeta que la conducen al patio querido, al campo risueño, al huerto soñado…

En un último gesto, apura la última gota que baila un solo en el vaso. En la basura yacen muertas las cáscaras vacías. Pedazos de sol devorados por un eclipse. Y el extracto de miles de años, de cientos de miles de susurros de noche, de voces de madres y guiños de sol invade su mañana, su mirada y su sueño, contagiándola de vida.

jueves, 30 de agosto de 2012

Fin
YODONA (25 agosto 2012)



Cierra la puerta. Gira la llave. Arrójala al fuego. Y que el tiempo se detenga en esa habitación. Que el polvo se acumule sobre los muebles. Las arañas aniden en las molduras y tejan velos de letargo. Que todo duerma bajo su manto gris. Que el silencio ordene silencio. Y las manecillas del reloj se detengan sin alma. Polvo. Oscuridad. Silencio… Nada. Que la nada devore la estancia. Que se coma las risas que se tornaron huecas. Que sorba los besos que se cubrieron de escarcha. Que beba todas las palabras que nacieron en un salón de baile y murieron en el campo de batalla. Una inmensa lluvia de nada que cale cada recodo, que impregne el aire hasta robarle el oxígeno, que empape el pavimento de la memoria y desdibuje sus senderos.

Cierra la puerta. Date la vuelta. Mira al frente. Y aléjate sin volver la vista atrás. No te detengas al oír los cantos de sirena de la madera al envejecer. Ni atiendas los lloriqueos de las telas al ajarse o los suspiros de la pintura al desconcharse. Que las hormigas se paseen por los tarros dulces de los recuerdos, las cucarachas aniden entre las migajas de promesas y el óxido cubra la barandilla donde se posaban los pájaros que te hacían soñar. Que se queden ahí también los sueños viejos. Prendados para siempre en las pinzas de tender la ropa. Destiñéndose al sol. Deshilachándose por el viento. Durmiendo para siempre perdidos en la oscuridad de la noche. Sin piedad para los oráculos fallidos de las estrellas. Sin concesiones a las trampas de los anhelos... Sin futuro para el pasado.

viernes, 24 de agosto de 2012

Antes de entrar
YODONA (18 agosto 2012)



Deja la ira en el perchero, el rencor en el paragüero y las lágrimas en el felpudo. Sacúdete las palabras que se convirtieron en un aliento de agujas. Despréndete del egoísmo ajeno, de la soberbia y la avaricia que arrasan los sueños que un día creíste compartir. Cierra los postigos cuando veas el aliento helado de los errores adherido a tu mirada. Y da un portazo a la nostalgia pegajosa de todo lo que se te escurrió entre los dedos. Antes de entrar, deja en el buzón de devoluciones la fatiga que postra las comisuras de tus labios, abandona en el espejo del ascensor esa máscara en la que a veces te cuesta reconocerte y escupe lejos, bien lejos, el veneno de esos nombres que aún te aguijonean el alma. Gira la llave sin contemplaciones, aunque oigas cómo se quiebra la añoranza, aunque las partículas de los recuerdos crujan en cada vuelta y tu orgullo reviente en mil astillas.

Antes de entrar en el laberinto de tu pensamiento, antes de sumergirte en el océano de tu razón, abandona las maletas del despecho en el portal y líbrate de la capa pegajosa de la sinrazón. Tápate los oídos para que la venganza no te cautive con sus cantos de sirena. Aprieta los labios para esquivar el beso del desaliento. Sella tus párpados al espejismo de la impostura. Que la ponzoña no penetre en tu interior. Que la ceniza no nuble tu mirada ni encienda tu piel. Levanta una barricada de música, letras, risas y caricias, y protégete de todo aquello que te hace peor. Para la tristeza se acabaron las localidades. Para la ira, cartel de completo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Tiovivo
YODONA (11 agosto 2012)



Gira y gira. Anclado en la infancia. Liberado en el mundo de los sueños. Caballos, coches, carrozas y tazas bailan como satélites en un cosmos que nunca se detiene. Puertas giratorias a otra dimensión de luces de colores y nubes de azúcar. En cada vuelta, la niña de Tel-Aviv entrelaza sus risas con la de Atenas o Manhattan o Casablanca... Una conduce el caballo de Hércules, otra baila en la taza del conejo de Alicia, la princesa saluda desde su calabaza convertida en carruaje y la conductora gana todas las carreras. Gira el carrusel y la feria crea universos en los que todo es posible, incluso que las cuatro niñas puedan volar libres al mismo ritmo. Una melodía fugada de una caja de música impone su armonía infinita. Ahora un saludo a mamá. Otro a papá. Allí está mi amiga. Allá, el carrito de helados. Y, de nuevo, un saludo a mamá. Otro a papá… El mundo se torna un bucle. La vida, un carrusel.

Ahora saludo a un amor. Allí un amigo. Allá un instante de placer. La mirada se alegra en cada bienvenida que ya se torna despedida. Apenas un segundo para sentir que algo te pertenece. Otro segundo para perderlo. Todo cambia y nada perdura en la eterna rueda de la ilusión. Tan solo permanece una mano asida a la barra y el viento acariciando el rostro. El resto, la volátil voluntad de persistir. Gira y gira. La vida sigue, se enfrenta, se duele, se templa o se ríe en Tel-Aviv, Atenas, Manhattan o Casablanca. Pero nada altera la infinita cadencia del carrusel de la feria. Una vuelta y la niña saluda. Otra vuelta y la anciana se despide.

lunes, 6 de agosto de 2012

Obra inconclusa
YODONA (4 agosto 2012)



De repente, un poeta sintió frío. Mucho frío. Y dejó de escribir. Ya no continuaría aquel poemario. Si lo hiciera, pensó, solo añadiría traición a la verdad acumulada en aquel tercio de obra inconclusa. Toda la belleza, la pasión y los sueños que esperaban impacientes encontrar un lugar entre las líneas, se toparon con una puerta cerrada. Al otro lado, los renglones ya escritos se sentían flotar en el vacío, satélites vagando sin un planeta al que asirse. Un cosmos sin dios ni gravedad.

Pasaron años de frío y calor, como en todas las vidas. Y al poeta le llegaron aplausos y abucheos, también como en todas las vidas. Las arrugas se añadieron a su vocabulario. También los párpados cansados, la piel moteada y los suspiros al levantarse y tratar de recomponer su cuerpo. Los cabellos huyeron, igual que muchas palabras se dieron a la fuga, exiliándose en el archipiélago de la utopía. La paciencia también salió a escape y el poeta le tomó el gusto a desvanecerse de las tertulias y las charlas sin rematar opiniones, reflexiones o críticas. Los amigos se acostumbraron a sus idas y venidas. Lo achacaban a los caprichos de la edad y a la genialidad de su arte. Pero el poeta se reía de la comprensión ajena y, aún más, de sí mismo. No se reconocía en las reseñas ni en las biografías, y se equivocaban quienes creían reconocerle esbozado en los personajes de sus obras. Un día, el poeta tuvo frío y entonces comprendió: él era todo lo que no era. Hizo las maletas y desapareció para siempre en las páginas en blanco de su obra inconclusa.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El mar
YODONA (28 julio 2012)



Sumergirse. Flotar. El cuerpo suspendido en el líquido amniótico de la tierra. Los oídos perdidos en sonidos sin vocales ni consonantes. Los ojos velados por unos párpados con ganas de siesta. Y las formas al fin libres del peso. Por unos instantes, el espejismo de un mundo perfecto. Un océano sembrado de caracolas con susurros de leyendas, de mensajes de poetas dentro de botellas que los niños convierten en piedritas, de luchas de viejos pescadores contra enormes peces que le niegan su carne, pero le devuelven el orgullo. Un mar donde los dioses chapotean distraídos y sus predicadores se entretienen levantando castillos de arena. Construcciones bellas, efímeras e inofensivas. Fortalezas desarmadas sin banderas ni estandartes. Fosos de caracolas y conchas de mar.

Sumergirse. Flotar. Un líquido e infinito abrazo que acoge por igual a césares, emperatrices, soldados o plebeyos. Todos rendidos a su mutable belleza. Todos náufragos en su grandeza. El pensamiento anegado de sueños azules. ¿Sabrá el mar descifrar el galimatías de nuestra mente? ¿Beberá de nuestras risas y se refugiará en el eco de nuestra ausencia? ¿Se estremecerá al acariciar nuestra piel, invadirá cada pliegue con ánimo de conquistador, llorará al sentirnos abandonar su abrazo y buscará nuestro rastro en su inmensidad, del mismo modo que la nostalgia escarba en el olor del amante? ¿Responderá algún día la marejada a nuestros miedos o su rugido permanecerá mudo a las revelaciones? Sumergirse. Flotar... La vida navega a la deriva en el devenir de las olas.

jueves, 26 de julio de 2012

Nubes.
YODONA (21 julio 2012)



Es difícil encontrar respuestas entre suelas de zapatos, restos de chicles y la monotonía del asfalto gris. Aún así, nos empeñamos en perder la mirada entre las rendijas del suelo cuando bastaría un solo gesto para sumergirnos en el mundo de los sueños. Tan solo hay que alzar el rostro por unos segundos y allá arriba, escondidos entre formas caprichosas de blanco y gris, se esconden miles de cuentos. Hay días que en el cielo se escriben leyendas terribles. Un mar de plomo, un arrebato de Poseidón que, de nuevo enojado por la huída de Ulises, busca viajeros perdidos para satisfacer su furia insaciable. Otros días, la cúpula azul se cubre de una telaraña traviesa en la que parecen mecerse los bichos más rebeldes convertidos en algodón de caramelo. Un tábano ya saciado. Una mariposa nerviosa. Un ejército derrotado de abejorros. Tres hormigas fisgonas... Las formas son infinitas. Los colores se escapan de las paletas de los pintores. Y las proporciones se ríen de nuestros formalismos.

Ahora se dibuja la silueta de un mundo colosal y, en unos minutos, ya solo queda un infinitésimo grano de arena. O un corazón herido que llora garabatos de sangre. O un mechón de aquella risa que amamos. O el mapa del tesoro con mil caminos. Mil rutas siempre distintas. Siempre inalcanzables. Nuestra mirada convierte las nubes en algo más que hidrógeno y oxígeno envueltos en gases atmosféricos. Son lo que nosotros queremos. Sueños o pesadillas. Volátiles, caprichosas, indecisas, inverosímiles. El reflejo de nuestros miedos y anhelos.

lunes, 16 de julio de 2012

El sí o el no.
YODONA (14 julio 2012)
Buscas respuestas en los dioses o en los hados. Tiendes trampas a la razón para caer en las redes de la esperanza. Mezclas y vuelves a mezclar la baraja sabiendo que los ases se encuentran en tus manos. La vida entera parece depender de ese sí… O de ese no. Tratas de distraer tu atención. Lees, pero las letras se escurren y acaban chapoteando en el pantano de tu obsesión. Sales a correr, pero tus pasos se niegan a abandonar el laberinto de tu inquietud. Miras una película, y acabas convirtiendo los diálogos en monólogos de tu desvelo. Al fin, renuncias a seguir jugando al escondite y te enfrentas al vacío de la incertidumbre. El ansia se atasca en el embudo de la garganta y en el estómago se abre el abismo. incertament Tratas de prepararte para el sí… O para el no.
En las estanterías de tu vida, imaginas todo aquello que ganarás o retendrás si la respuesta es afirmativa. Los tarros de ilusiones sonreirán rebosantes. Los pequeños frascos del deseo renovarán sus esencias más embriagadoras. Los fríos botes de metal atraparán todas las risas que vendrán. Cierras los ojos y ya acaricias la sinuosa figura de la S y la elegante presencia de la I. Pero a tus espaldas, la contundencia de esa N con dos garras ancladas en la piel y la soberbia de esa O con hambre infinita te golpea los sueños. Los tarros se rompen, los frascos se secan y los botes de metal semejan fantasmas amortajados por las telas de mil arañas. Te afanas en expulsar el aliento gélido del pesimismo. Rezas al dios de los anhelos. Cruzas los dedos. Y te preparas para un sí… O un no.