miércoles, 30 de diciembre de 2009

Soy el deseo de fin de año.
¿Quieres jugar conmigo? No me tomes por un frívolo, ni creas que me burlo de ti. No actúo con mala intención, pero cada uno es víctima de su naturaleza. Yo soy así. Escurridizo, imprevisible, indisciplinado. Nunca sabes si llegaré a tiempo. Ni siquiera si me presentaré. Mis ataques de rebeldía te enervan. Y tu ansiedad dispara mi vanidad.
Me crezco con tu anhelo. Me alimento de él y es tanta mi soberbia que a veces me retraso sólo para continuar saboreándolo. Llevas doce meses esperándome y tengo ganas de volver a verte. Quizás luces alguna cana más, tal vez estás enojado o decepcionado por mi ausencia, pero deberías agradecer mi existencia. Soy el último billete del año al mundo de los sueños. Ese lugar donde se difuminan las fronteras entre la realidad y la fantasía. Hace años que lo abandonaste y tus visitas son cada vez más esporádicas. Pero a veces necesitas echarle una mirada de reojo para recordar de dónde vienes.
Tal vez este año decida complacerte. No te prometo nada. Tan sólo es una posibilidad. ¿Te vestirás para mí? ¿Sabrás comportarte ante mi presencia? Debes estar preparado. Alcanzarme no siempre resulta tan placentero como la gente imagina. Y no querría oírte rogar por mi desaparición el año que viene.
¿Jugamos? Es muy fácil.
Tú me deseas.
Yo me escondo.
Suenan las doce campanadas.
Apuras la copa de cava…
Y pruebas a encontrarme.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Soy el hombre que rezó a la B invertida de “Arbeit macht frei”.


Durante los meses en que dejé de ser humano, esa mayúscula alterada en el corazón podrido de la bestia, fue un recorte de esperanza en el cielo gris de Auschwitz. Entre los prisioneros siempre se atribuyó a un polaco el valor de escupir una sublevación en la soldadura. Y yo me aferré a esa mácula en la perfecta maquinaria de exterminio nazi como el engranaje que sabotearía la barbarie.
Nunca quise leer ese emblema de hierro. Me hice impermeable a la crueldad de su significado, igual que convertí mi corazón en una piedra y sequé mis ojos de lágrimas. Sólo permití que esa B se colara en mi ánimo. Era mi tabla de salvación. El símbolo de un mundo cabeza abajo. El trazo que llamaba a la rebeldía.
El viernes pasado, alguien se apoderó de la placa. En mi cabeza de viejo imaginé mil posibles ladrones para ese lema.
Antiguos compañeros empeñados en fundir aquellas letras y, así, liberar su mirada del miedo y el horror que quedó enredado entre sus formas el primer día que llegaron al campo.
Nostálgicos de un poder que nunca vivieron, dispuestos a invocar a los espíritus del mal e implorar un sentido a sus míseras vidas, convirtiéndose en lacayos de la muerte.
Un escritor loco en busca del secreto para desgarrar el alma de sus lectores.
Un político interrogando a la B, implorándole la fórmula de la utopía.
Pero no hubo poesía en el robo. Tan sólo cinco tipos que pretendían vender la placa de la infamia al mejor postor. Ladrones de souvenir que dividieron el emblema en tres partes y dejaron olvidada una I.
Indiferentes al valor de las letras.
Ignorantes de su poder.
Y la B, de nuevo, se rebeló.

martes, 15 de diciembre de 2009

Soy la nana del niño que duerme.
Shhh, no le despiertes, que acaba de nacer. Háblale flojito, si quieres. Tu susurro le gusta. Y el tuyo, también. Hablad y yo trenzaré un arrullo con vuestras voces. Cada acento, una hebra. Las palabras, un regazo. Y en brazos de mi eco, dormirá.
Querría sumergirse de nuevo. En un líquido cálido. Protector. Pero ya pasaron los sueños de agua. Y ahora, flota en mi canción.
Para él, dibujaré un sueño a orillas del mar. Con aromas de pino y especies. Armonía y melodía. Una cuerda sujeta a un campanario. Otra, a un minarete. Y un columpio danzando en el mismo mar.
El niño no sabe quién es. Ve la luna y no sabe qué es luna. Mira el cielo y no sabe a quién buscar. Pero la noche es un silencio sin latido. Y ya conoce el miedo.
No llores, niño, no llores. Mi canción continúa para ti. Haré un sonajero de relatos ensartados. Cada cuenta, un cuento para el niño. Fábulas. Leyendas. Historias antiguas. Te deslizarás al pasado como por un tobogán.
Y ya sabrás quién eres.
Ahora, duerme, niño, duerme.
Ya todo empieza.
Estrenas tiempo.
Estrenas sueño.
Yo lo canto para ti.


Para Ayoub, en su segundo día.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Soy un grano de arena. Minúsculo. Imperceptible. Apenas nada. Una levísima irritación en la piel. Un crujido en el zapato. Una lágrima ardiente. Insignificante en su soledad. Pero invicto soldado del ejército del desierto. Soy hijo del sol y de la noche fría. Exploradores, sultanes y esclavos se han rendido ante el oro de mi piel. Dibujo formas sinuosas e invento espejismos para mis amantes.
Dejaré que te tumbes sobre mí, sentiré tu cuerpo y te abrazaré con suavidad, envolviéndote en mi caricia tibia, susurrándote leyendas quedas de tiempos perdidos. Dejaré que me ames, que me admires y me sueñes. Pero no busques un latido en mi corazón pétreo. Huye de la ambición de poseerme. Mi belleza puede dar sentido a tu vida, pero la muerte se esconde en mis curvas.
No pretendas comprenderme. En cualquier momento puedo devorarte. No me culpes. Tengo hambre de vida. La furia también forma parte de mí. Si me alzo, mi ternura se tornará asfixia. Seremos cientos, miles, millones de minúsculas partículas dispuestas a cegarte. A beber tu aliento. A secar tus entrañas. A convertirte en otro minúsculo, imperceptible, insignificante grano de arena.
Soy apenas nada. Pero puedo serlo todo. La belleza turbadora para el turista. La prisión de la niña del Sáhara. El terror del secuestrado. El refugio del corazón seco de los bandidos. El lugar donde se extravía la justicia. El desierto de la esperanza.
Soy la desnuda belleza de la ausencia. El reloj gira, pero en mi eterna danza el tiempo me pertenece. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Soy tus horas y tus minutos. Arriba. Abajo. Yo dicto el ritmo. Arriba. Yo marco el final. Abajo. Apenas nada.