jueves, 29 de noviembre de 2012

El espejo
YODONA (24 noviembre 2012)



  Siempre arriba y abajo. Vistiéndose con prisas. Viéndose sin observarse. Y un día, en una pausa robada al tiempo, repara en ese rostro que parece retarle desde el espejo. Su seriedad le reprende. Su sonrisa le reconcilia. Ese es el semblante que todos ven cuando me miran, se dice. Al que responden cuando hablo, al que consuelan cuando lloro o el que acarician cuando amo. Se mira y no sabe si se reconoce. No es solo el paso del tiempo. Hay algo más. O quizás alguien más. Muchos. Antepasados en su piel y coetáneos en su mirada. Restos de los que pasaron por su vida. Un gesto imitado que se quedó. Un mohín inventado solo para alguien que permaneció para todos.

Se mira y trata de recordar todos los rostros que ha sido. Desde que se ponía de puntillas y apenas conseguía completar su imagen o cuando se detenía a observar los estragos de la adolescencia y suplicaba que la nariz dejara de crecer. ¿Qué sentiría si no fuera quien es y se topara con ese semblante por primera vez? Hay algo inquietante al tratar de observarse como un desconocido. En realidad, ahora que lo hace, constata que hace tiempo que no observa su propia mirada. No podría dibujar el mapa de sus arrugas, ni siquiera describir el gesto preciso de sus labios quietos. Un retrato lleno de dudas. Como un territorio ignoto. Inexplorado. ¿Por qué no? Cierra los ojos. Alarga el brazo y, tal como creía, no siente el frío del vidrio en sus dedos. Tan solo un ligero vértigo al atravesar el espejo. La percepción se revuelve. Nada es lo que parece. Ni siquiera su propio rostro.

1 comentario:

  1. -Hola mi amor, tu eres mi vida.
    -¿Cómo tu vida? Mi vida eres tú.
    Y los dos del mismo lado del espejo.

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    Otra vez nos animas.

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