miércoles, 15 de agosto de 2012

Tiovivo
YODONA (11 agosto 2012)



Gira y gira. Anclado en la infancia. Liberado en el mundo de los sueños. Caballos, coches, carrozas y tazas bailan como satélites en un cosmos que nunca se detiene. Puertas giratorias a otra dimensión de luces de colores y nubes de azúcar. En cada vuelta, la niña de Tel-Aviv entrelaza sus risas con la de Atenas o Manhattan o Casablanca... Una conduce el caballo de Hércules, otra baila en la taza del conejo de Alicia, la princesa saluda desde su calabaza convertida en carruaje y la conductora gana todas las carreras. Gira el carrusel y la feria crea universos en los que todo es posible, incluso que las cuatro niñas puedan volar libres al mismo ritmo. Una melodía fugada de una caja de música impone su armonía infinita. Ahora un saludo a mamá. Otro a papá. Allí está mi amiga. Allá, el carrito de helados. Y, de nuevo, un saludo a mamá. Otro a papá… El mundo se torna un bucle. La vida, un carrusel.

Ahora saludo a un amor. Allí un amigo. Allá un instante de placer. La mirada se alegra en cada bienvenida que ya se torna despedida. Apenas un segundo para sentir que algo te pertenece. Otro segundo para perderlo. Todo cambia y nada perdura en la eterna rueda de la ilusión. Tan solo permanece una mano asida a la barra y el viento acariciando el rostro. El resto, la volátil voluntad de persistir. Gira y gira. La vida sigue, se enfrenta, se duele, se templa o se ríe en Tel-Aviv, Atenas, Manhattan o Casablanca. Pero nada altera la infinita cadencia del carrusel de la feria. Una vuelta y la niña saluda. Otra vuelta y la anciana se despide.

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