sábado, 3 de octubre de 2009

Soy el cabrón que está a punto de despedirte. El mando de medio pelo. El pelele que utilizan los de arriba para barrer sin ensuciarse las manos. “Es esta maldita crisis”. Me dicen. “Sé que tus chicos se han esforzado mucho, pero en estos días difíciles, los números cantan. Si seguimos así, nos vamos a hundir. Tenemos que recortar 300.000 euros. Míratelo. No quiero decirte a quién has de despedir. Lo dejo en tus manos. Sabes que confío plenamente en ti, eres un hombre imprescindible para esta compañía”. ¡Imprescindible! ¡Serán farsantes! Cuando la empresa exhalaba tantos beneficios que parecía escupirlos, yo no era uno de los suyos. Entonces, ni siquiera existía. Como mucho, alguna palabra amable, alguna esquiva palmadita en la espalda, pero los beneficios se los repartían entre cuatro vanidosos de pelo engominado que se fundían los restos en comilonas y vuelos en primera clase y hoteles de lujo. ¿Me invitaron alguna vez a sus supuestos viajes de negocios? No, por supuesto que no. Entonces, yo era invisible. Yo y mis chicos, como ellos los califican. Nuestras doce horas diarias de comernos los nervios y el cansancio son las que les han regalado sus chalets en la sierra, sus piscinas climatizadas y sus vacaciones en Aspen, Colorado. Pero claro, ahora ni se imaginan bajar su tren de vida y ¿quién paga sus excesos? Nosotros, por supuesto.
¿A cuántos más voy a tener que despedir? Nos obliga la multinacional, dicen. ¡No! Sois vosotros, los incompetentes, los cobardes, los que reclamáis más carne sin importaros nada… Los de siempre. Y ahora, me tocará a mí enfrentarme a los reproches callados, a la voz entrecortada, al temblor de manos, a la falsa entereza. Y callaré por no rebelarme. Trataré de mantenerles la mirada para no huir. Me esforzaré por envolver la injusticia con palabras de consuelo, tan sinceras como baldías. Me habéis convertido en el instrumento de vuestra traición. Pero sé que sólo soy el lastre que mantenéis para equilibrar el barco. En la próxima tormenta, me liberaréis. Entonces, cuando sienta que el agua me llega al cuello, gritaré: ¡Soy el desgraciado al que acaban de despedir y el cabrón no ha sido capaz de mirarme a los ojos!

2 comentarios:

  1. El síndrome de los mandos medios. Desgraciadamente, sin cura conocida aún.

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  2. ¡Qué cierta tu reflexión! Las empresas necesitan más gente como tú..

    (estás despedida)

    Nacho Palomar
    www.nachopalomar.com

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