jueves, 21 de marzo de 2013

Aullido
YODONA (9 marzo 2013)



  Llega de madrugada a casa, con los primeros rayos de sol. Va directo al baño. Necesita una ducha. Se frota con energía y deja que el agua caliente resbale por su cuerpo. Cierra los ojos y siente cómo el líquido arrastra hacia el sumidero una costra de oscuridad. Su corazón se acelera en una mezcla de temor, ansiedad y liberación. Ya está, ya pasó. Se acaricia el rostro y exhala un suspiro. De nuevo, la piel. Sus ojos ya no hierven. Los oídos dejan de auscultar la lejanía. Su garganta ya es capaz de articular palabras. Poco a poco, su columna vertebral se acostumbra a mantenerse erguida. En su boca, el sabor amargo del mal. La razón corre a ponerle a salvo de la locura y teje una red de excusas redentoras. Es tu naturaleza. No tienes la culpa. Es esta maldita luna llena…

Cuando salga de la ducha, de nuevo será él. El hombre que quiere ser. La furia se habrá ocultado en algún rincón inaccesible, pegada a los huesos, enredada entre las tripas, dormida tras los párpados. Y él fantaseará imaginando una vida sin noches de luz blanca. En esa existencia, los temores no se colarán entre las sábanas ni los minutos de recuerdos amargos jugarán a ser eternos. Si él no cargara con ese infame desconocido que comparte su carne y su sangre, ahora no estaría arrodillado bajo el chorro de agua caliente. Observando cómo los restos de su perfidia se pierden en un remolino. Ni tampoco guardaría en el cajón de la cómoda una pistola con una bala de plata. Último remedio a la espera de que lleguen unas manos que le amen. Y que aprieten el gatillo.

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