martes, 26 de enero de 2010

Soy el que no quiere pensar en Antoine. El que no quiere cubrir su mirada con las lágrimas de otros, ni su garganta de súplicas, ni su aliento de muerte. Soy el que pasa rápido las páginas de los diarios, cambia de canal durante el telediario y se niega a convertirse en espectador de esa exhibición obscena del sufrimiento.
Es fácil sentir el dolor ajeno porque no duele de verdad. Mi hijo no ha muerto sepultado en la miseria, no me han amputado la pierna ni siento hambre ni miedo. Tampoco quiero revolcarme en el vómito de la impotencia. Sería tan mentira como el dolor. ¿Acaso son mis brazos los que ya no pueden alzarse después de días de escarbar entre la devastación en busca de una vida que se apaga? ¿Es mi dinero el que va a llevarles agua, comida o un futuro?
Apenas he dado la calderilla que me molestaba en el bolsillo. La justa para tratar de tender una trampa a la conciencia. Mientras, desde la atalaya de mi hogar caliente, limpio y ordenado corro las cortinas para no ver la tristeza que se extiende más allá de nuestras fronteras. Ese erial terrible e inmenso que crece con nuestra complicidad.
Cierro los ojos, me tapo los oídos y trato de sumergirme en el letargo redentor de la inconsciencia, a salvo del desgarro de las palabras.
Pero antes del silencio, antes de la oscuridad, admito, advierto y grito que hoy no quiero pensar en Antoine. Aunque en esa negación tal vez se esconda, de forma tozuda y traicionera, la afirmación de que no dejo de sufrir por él.


Para Anónimo, en respuesta a su comentario del último post.

6 comentarios:

  1. Emma, no se pero creo que entiendes lo que me pasa y como siento particularmente lo que escribes. Por que ese grito silencioso existe, es el miedo, que imploramos que nunca sea haga realidad, que nunca sea a nuestros hijos o a nosotros a quienes eso le suceda.
    Pero es justamente en ese miedo donde se hace radica nuestra avaricia, es ese miedo el que nos convierte en cómplices de muchas cosas terribles.
    ¿Qué porción de todo nuestro bienestar estamos dispuestos a ceder, en cuantos metros cuadrados menos estamos dispuestos a vivir si eso ayudara a cambiar las cosas? Cuánto de ese dolor estaríamos dispuestos a asumir si eso disminuyera el de otros?
    Y no presupongo ninguna respuesta, simplemente lo pregunto.

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  2. Oclock, nada de ovaciones en pie. en cualquier caso nos felicitamos mutuamente y nos tomamos un café. Y aprovecho para recomendar tu blog, es todo un placer seguirlo: http://porlosspeloss.blogspot.com/

    Anónimo, nadie queremos hacernos esa pregunta. sabemos que no nos gustaría la respuesta.

    Gracias y un abrazo a ambos.

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  3. Dejémoslo en ovación (no me retracto) y café (virtual, al menos de momento: en este instante me lo tomo a tu salud).
    Gracias por la recomendación (pero me temo que disto de estar a la altura: jugar con cuatro palabras no es lo mismo que escribir. Tú escribes, y muy bien). Más aún: mil gracias por seguirme.

    Yo creo que la respuesta la desconocemos, al menos por ahora. Y tal vez nos sorprendería, llegado el caso, nuestra reacción. Lo material no nos ata tanto. Lo he comprobado.

    Abrazos (a los dos)

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  4. Si Oclock, sería bueno sorprendernos de nosotros mismos.
    Un abrazo y haré caso a Emma, me dejaré caer por tu blog.

    saluditos.

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  5. El dolor ajeno, no duele de verdad, no es tal porque es efimero, se olvida, no retumba para siempre en las cabezas. Es más parecido a un tremendo escalofrío que te paraliza por un momento, pero luego todo vuelve a la normalidad, el día a día es nuestra gran defensa ante cualquier sufrimiento.

    N

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