jueves, 6 de septiembre de 2012

Un zumo
YODONA (1 septiembre 2012)



Aún medio dormida. Con los sueños todavía prendidos en los párpados. Los músculos resistiéndose a desperezarse y la voz remoloneando antes de emerger de la caja de los sonidos. Toma un par de naranjas. Las parte de forma automática y empieza a exprimirlas. La pulpa, obediente, desprende su néctar. Unas vueltas más y ya el vaso se colma del líquido de sol. Un sorbo. Está dulce. Y sabe a memoria. ¡Tómatelo antes de que pierda todas las vitaminas!, cree escuchar las voces de todas las madres en pie de guerra. Detrás del primer sorbo vienen todos. Siempre precipitados. Como si de repente la mañana se le echara encima. Como si el jugo le hubiera contado todos los secretos que le robó a la tierra y al sol. Quizá, con el cerebro aún abotargado, es su cuerpo quien recoge los mensajes de viajes antiguos. Son sus ojos los que se colman de antiguos paisajes a los pies del Himalaya, sus oídos recogen hablas que ya se perdieron en el tiempo y su lengua se colma del mismo líquido que atravesó el océano con Cristobal Colón. Es su piel, y no su razón, la que recoge el perfume de noche de primavera. Caricia de flor de azahar. Versos de poeta que la conducen al patio querido, al campo risueño, al huerto soñado…

En un último gesto, apura la última gota que baila un solo en el vaso. En la basura yacen muertas las cáscaras vacías. Pedazos de sol devorados por un eclipse. Y el extracto de miles de años, de cientos de miles de susurros de noche, de voces de madres y guiños de sol invade su mañana, su mirada y su sueño, contagiándola de vida.

1 comentario: