jueves, 26 de julio de 2012

Nubes.
YODONA (21 julio 2012)



Es difícil encontrar respuestas entre suelas de zapatos, restos de chicles y la monotonía del asfalto gris. Aún así, nos empeñamos en perder la mirada entre las rendijas del suelo cuando bastaría un solo gesto para sumergirnos en el mundo de los sueños. Tan solo hay que alzar el rostro por unos segundos y allá arriba, escondidos entre formas caprichosas de blanco y gris, se esconden miles de cuentos. Hay días que en el cielo se escriben leyendas terribles. Un mar de plomo, un arrebato de Poseidón que, de nuevo enojado por la huída de Ulises, busca viajeros perdidos para satisfacer su furia insaciable. Otros días, la cúpula azul se cubre de una telaraña traviesa en la que parecen mecerse los bichos más rebeldes convertidos en algodón de caramelo. Un tábano ya saciado. Una mariposa nerviosa. Un ejército derrotado de abejorros. Tres hormigas fisgonas... Las formas son infinitas. Los colores se escapan de las paletas de los pintores. Y las proporciones se ríen de nuestros formalismos.

Ahora se dibuja la silueta de un mundo colosal y, en unos minutos, ya solo queda un infinitésimo grano de arena. O un corazón herido que llora garabatos de sangre. O un mechón de aquella risa que amamos. O el mapa del tesoro con mil caminos. Mil rutas siempre distintas. Siempre inalcanzables. Nuestra mirada convierte las nubes en algo más que hidrógeno y oxígeno envueltos en gases atmosféricos. Son lo que nosotros queremos. Sueños o pesadillas. Volátiles, caprichosas, indecisas, inverosímiles. El reflejo de nuestros miedos y anhelos.

2 comentarios:

  1. La mirada más cencilla puede ser la más profunda, la que nos adentra en nuestro propio 'yo'.

    Precioso, Emma.

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