martes, 26 de enero de 2010

Soy el que no quiere pensar en Antoine. El que no quiere cubrir su mirada con las lágrimas de otros, ni su garganta de súplicas, ni su aliento de muerte. Soy el que pasa rápido las páginas de los diarios, cambia de canal durante el telediario y se niega a convertirse en espectador de esa exhibición obscena del sufrimiento.
Es fácil sentir el dolor ajeno porque no duele de verdad. Mi hijo no ha muerto sepultado en la miseria, no me han amputado la pierna ni siento hambre ni miedo. Tampoco quiero revolcarme en el vómito de la impotencia. Sería tan mentira como el dolor. ¿Acaso son mis brazos los que ya no pueden alzarse después de días de escarbar entre la devastación en busca de una vida que se apaga? ¿Es mi dinero el que va a llevarles agua, comida o un futuro?
Apenas he dado la calderilla que me molestaba en el bolsillo. La justa para tratar de tender una trampa a la conciencia. Mientras, desde la atalaya de mi hogar caliente, limpio y ordenado corro las cortinas para no ver la tristeza que se extiende más allá de nuestras fronteras. Ese erial terrible e inmenso que crece con nuestra complicidad.
Cierro los ojos, me tapo los oídos y trato de sumergirme en el letargo redentor de la inconsciencia, a salvo del desgarro de las palabras.
Pero antes del silencio, antes de la oscuridad, admito, advierto y grito que hoy no quiero pensar en Antoine. Aunque en esa negación tal vez se esconda, de forma tozuda y traicionera, la afirmación de que no dejo de sufrir por él.


Para Anónimo, en respuesta a su comentario del último post.

sábado, 23 de enero de 2010

Soy Antoine y quiero despertar. Pero no puedo. Cierro los ojos, los aprieto muy fuerte y cuento hasta diez.
Uno…
Que la pared no haga daño a mamá.
Dos, tres…
Que Marie no se quedé ahí abajo con Jean.
Cinco…
Que la casa no esté rota, ni la calle, ni la escuela.
Seis, siete…
Que no tenga hambre.
Ocho…
Que no se haga de noche.
Nueve…
Que mi camiseta esté limpia. Mamá siempre se enfada si me ensucio.
Diez…
¡No quiero este sueño! Tengo miedo y me equivoco al contar. Por eso no me despierto. Me he perdido y mamá ya no me dice lo que tengo que hacer. Hay hombres que cogen a niños. Yo los he visto, pero me he escondido. Porque mamá siempre dice que no vaya con desconocidos. Pero no conozco a nadie y no quiero seguir solo. Ya no lloro. Sólo un poquito, cuando abro los ojos y veo que no me he despertado.
Quiero que se borre la cara fea de mamá.
Uno, dos, tres, cinco, seis...



Los niños perdidos de Puerto Príncipe.
http://www.elpais.com/articulo/internacional/ninos/perdidos/Puerto/Principe/elpepuint/20100123elpepiint_5/Tes

viernes, 8 de enero de 2010

Soy la mujer que escupe al arzobispo de Granada. Me has juzgado y me has condenado, pero yo te expulso del reino del perdón. Has manchado la inocencia vertiendo hiel en su defensa. Has emponzoñado el aire, lo has colmado de palabras de odio. Ahógate en tu bilis. No necesitamos salvadores que nos azoten con sus flagelos perversos. Piérdete en tu laberinto de tinieblas y enfréntate a tus monstruos. Que un ejército de arcángeles te arroje a la oscuridad que tú vomitas.
Y que ardas en los infiernos de tu propia miseria.
Amén.


"Para el arzobispo granadino, "matar a un niño indefenso" y que lo haga su madre da a los varones "licencia absoluta" para abusar del cuerpo de la mujer. "
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/arzobispo/Granada/compara/aborto/genocidio/elpepisoc/20091223elpepisoc_9/Tes

martes, 5 de enero de 2010

Soy la ilusión de la noche de Reyes. El delirio de unos. El sueño de otros. Soy el vestigio de un mundo antiguo sin respuestas. Un hechizo de luz para tiempos oscuros. Un truco de magia sin trampa.
Soy el personaje que le dicta al autor. La ficción tozuda que se escurre por la coraza de la realidad.
Esta noche, déjame improvisar un baile con tu presente, haz que duerma la razón.
Te regalo un espejismo en el que todo es posible.
Si te dejas llevar, recordarás qué era creer en mí, en aquellos días con sabor a leche con cacao, mantas pesadas en la cama y colonia familiar. Aquel tiempo en que la noche se vivía desde los vidrios fríos de las ventanas y las penas se diluían en lagrimones chillones.
Confía en mí. No trastocaré tu vida. Ni desmontaré tu torre de piezas de colores. El mundo real no me interesa. Sólo quiero que te entregues a mí.
Prepararé un conjuro con restos de quimeras, polvo de anhelos, una pizca de desvarío y un rastro cálido de sueño de verano.
Una pócima contra los días grises que roban el aliento. Contra las horas marcadas en la agenda. Contra los bostezos callados.
Sé que no soy inmortal. Apenas el triunfo efímero de un deseo.
Un instante.
Un respiro.
Ya sabes, tan sólo una ilusión.