martes, 8 de junio de 2010

Soy el chico encaramado a esa azotea. Como cada primavera desde que llegué a Barcelona he subido a hacer volar mi cometa. Un punto rojo en el cielo de las calles viejas.
Mi madre no entiende ese tozudo gesto nostálgico y mi padre prefiere ignorarlo. El vecino del ático me presta la llave de acceso con recelo. Le adivino el pensamiento. ¡Catorce años y aún enredando con juegos de niños!
Desde lo alto del edificio, la ciudad huele más a hogar que a calle. Inspiro con fuerza y me alimento de un enredo de curry, chop suey y potaje. Aquí, los sonidos se tornan murmullo y las personas, figuras cabezonas sobre un tablero.
He elegido un buen día. El viento sopla con fuerza y el hilo ya corre entre mis dedos. La cometa inventa su danza solitaria . En este cielo, no hay más dioses de colores pugnando por el espacio. Estoy sólo en la terraza y no hay miradas de guerrero en las azoteas contiguas.
Con la próxima ráfaga atacaré el mar. Con la siguiente, un directo a Montjuïc. Mi cometa, soberana del cielo. Soy yo quien dirige su rumbo, como hacía de niño en Lahore. En la fiesta del Basant, cuando el cielo de Pakistán siente envidia de la tierra teñida de primavera.
Esta tarde me cansaré de correr. Cuando se ponga el sol, recogeré la cometa, devolveré la llave al vecino del ático y bajaré a la calle. Pisaré el asfalto y retaré orgulloso a los rostros desconocidos. Nadie sabrá leer mi mirada. No importa. Hoy he vuelto a hacerlo. He conquistado, de nuevo, un pedazo de la ciudad.

3 comentarios:

  1. Qué suerte. Yo sólo elijo malos días. ;-)

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  2. Lo mismo que me ha ocurrido esta mañana con un abrazo de mi hijo Lucas. Gracias por escribir tan bonito que para sentirse el rey del mundo, no hace falta tener el mundo.

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  3. Alberto, tan sólo es cuestión de aprovechar la próxima ráfaga de viento... Dani, pues eso, ya eres el rey del mundo

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