miércoles, 25 de noviembre de 2009

Soy la madre que se muere. Llevo cinco minutos plantada ante la puerta cerrada de casa, con la llave en la mano, sin atreverme a introducirla en la cerradura. ¿Cuántas veces he repetido este gesto?, ¿cientos?, ¿miles? En ninguna de esas ocasiones he sido consciente de que el clic que liberaba el cerrojo abría la puerta de la felicidad, el umbral del amor, del cariño, de la vida. Pero ahora, cuando reúna las fuerzas suficientes para hacer girar este insignificante pedazo de latón, entraré y convertiré el paraíso en un infierno. Manuel leerá en mi rostro el resultado de las pruebas. Y yo trataré de comerme las lágrimas delante de los niños.
Tengo que pensar, no puedo entrar así, sin más. Necesito que este instante se multiplique en el tiempo. Suplico una prórroga para saber cómo quiero morir. Para saber cómo convertirme en la madre que va a matar de pena a sus hijos.
A través de este muro de madera puedo oír sus voces riendo y corriendo. Manuel les dice que no salten, que molestan a la vecina de abajo, y yo acerco mi rostro al resquicio de la puerta como si pudiera alimentarme de sus sonidos. No quiero morirme, no puedo soportar la idea de dejarles, de no tocarles nunca más, de no olerles, de no verles crecer.
Necesito saber dónde venden disfraces de superhéroe. Un traje que me pinte una sonrisa, que me ayude a trazar caricias aunque el terror me anquilose las manos, a regalar tranquilidad a pesar del torbellino de dolor que siento en el alma.
Ojalá no fuera madre, ojalá pudiera acabar de girar esta maldita llave y entrar llorando, refugiarme en los brazos de Manuel y rogarle que no me abandone en los dos meses que me quedan, que sea él quien dibuje las sonrisas y cubra mi cuerpo de besos. Yo me abandonaría en su fortaleza y me iría, lentamente, sin sentirme en deuda con nadie. Sin saber que estoy fallando a los que más quiero.
Clic. Ya. La puerta está abierta.
- Hola cariños, ¿cómo ha ido el día? ¿Tenéis hambre?

3 comentarios:

  1. Hacía mucho tiempo que no se me nublaba la vista mientras leía. Creo que eran dos lágrimas.

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  2. Este texto sobrecoje. No puede ser más escueto y demoledor. Gran virtud la tuya evocando situaciones que nos involucran tan intimamente.

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  3. Considero la maternidad inabarcable: esa necesidad constante de los hijos, una aceptación algo inconsciente de que probablemente no estaremos a la altura ni siquiera en condiciones amables...

    Esa lágrima que se traga tu madre (la madre que eres hoy) es un tremendo corolario.

    Gracias.

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