domingo, 15 de noviembre de 2009

Soy la abuela que da de comer a los nietos. Cada mediodía voy a recogerlos al colegio mientras mi hija busca trabajo. Yo le digo que no se preocupe, que a mí me alegra tenerlos en casa y que así ella no ha de pedir una beca para el comedor, porque yo sé que a la pobre le daría mucha vergüenza. Si es que han tenido mala suerte. No hace ni un par de años que estrenaron ese piso tan bonito, porque es bonito de verdad, con mucha luz, no como el mío, donde sólo entra un cacho de sol una hora al día, eso si no se cruza una nube malasombra. Pero el piso de ellos es precioso, con parquet y ventanas por las que no se cuela el viento. Pues eso, que no hace nada que lo compraron y, ¡zas!, los dos en el paro. Y, claro, ellos no están acostumbrados a las penurias. ¡Ya me he cuidado yo de que a mi niña nunca le faltara de nada! Las miserias ya nos las comimos todas mi Julio y yo cuando el sueldo de sus dos turnos en la fábrica apenas daba para alimentar a las seis bocas de la casa: las dos abuelas, los dos críos pequeños, mi Julio, en paz descanse, y yo. Pero hambre nunca pasamos, no señor. Aunque también hay que decir que Julio y yo siempre hemos sido de gustos sencillos. No como ellos, que saben tanto de vinos, de jamones y de todas esas cosas. Mi hija siempre me reñía por aliñar las ensaladas con aceite “malo”. Eso, a mi Julio se le atragantaba. Eso y la mala cara de mi yerno cuando él se servía gaseosa en el vino. Mira que yo siempre se lo decía, Julio, no te eches gaseosa que los vinos que compra Martín son muy caros y le sienta mal. Pero nada, los hombres, ya se sabe, cuando se hacen viejos toda la hombría se convierte en tozudez.
A mí me gusta preparar la comida de los niños, aunque después me quedo un poco cansada. Pero hoy es viernes y ya no tengo nada más que hacer. Cuando encuentre las fuerzas para levantarme de este banco, me iré a casa, me sentaré a ver la tele, después cenaré un poquito de pan, dos lonchas de pavo y, ¡ala!, a dormir. Aunque hoy no podré tomar mi vaso de leche calentita; los críos llegaron con tanta sed que se bebieron la botella entera. Suerte que el lunes cobro la pensión. Me queda una pechuguita de pollo. Y un poco de queso. Y también algo de chóped. Con eso y una barra de pan, ya paso el fin de semana. Sin leche, eso sí, pero a mi edad, con poco se pasa. A ver si mi hija se acuerda de llamarme y me cuenta cómo le ha ido la entrevista. Qué mal lo está pasando la pobrecilla.

7 comentarios:

  1. Si pudiera, subrayaría la última frase. Bravo.

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  2. Me gusta mucho...realidad tangible. Además, me ha traído a la memoria una imagen recóndita (pues no se trata de un recuerdo familiar o relevante) pero vívida: una fugaz visita a la abuela de un compañero del colegio que vivía sola. Eso es poder de evocación, entre otras virtudes, como la de adoptar certeramente el estilo de la narradora, adaptar el lenguaje al suyo de forma veraz, esto de los diferentes registros del narrador es muy interesante y meritorio (¿recuerdas Cinco horas con Mario?).

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  3. Si te sitúas dentro de la escena, casí cae una lágrima. Desgarradora sencillez.

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  4. Algú ha escrit "casi cae una lágrima", donç a mi m'ha caigut, m'ha emocionat.

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  5. Me he avergonzado un poco... prometo no quejarme más por tanta tontería! :) ¡Me ha encantado, Emma!

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  6. muy lindo, me recordo a mi abuela....(L)

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