lunes, 25 de marzo de 2013

Despierta primavera
YODONA (23 marzo 2013)



  Tumbada en su lecho de invierno, duerme plácida. Soñolientos los latidos. Paciente la respiración. Una vida en pausa. La piel reposa. Y espera. Aguarda el momento en que un leve cosquilleo erice su vello. En el remanso de la sangre aparecerán los primeros torbellinos. Se desperezarán los miembros. Bostezarán los labios. La mano se alargará buscando los rayos de sol y una descarga recorrerá la médula espinal. Pellizcos en los párpados. Hormigueo en los pies. Un salto. Aroma a fresa y hierbabuena. Una pizca de pimienta. Verde efervescente en la mirada. Triunfan los verbos y se esconden los puntos. Adiós a las pausas. Partículas de sol se cuelan por los poros. Aletea el ánimo. Vibra el pulso. Suena el despertador de las quimeras. Y la vida toma carrerilla.

Se retiran las enredaderas que apresaron las ventanas. Ya se van los escarabajos que anidaron en los felpudos. Fuera las hormigas de las cerraduras y el serrín de las rendijas. ¡Puertas abiertas! Que corra el aire y se lleve a la rutina pegajosa. Que las exclamaciones salgan de su escondite y la pasión abandone la esquina donde se quedó dormida. En el altillo, entre las mantas, reposarán los días fríos y la nostalgia. Se guardará el libro de los caldos y potajes. Y en los tarros de la despensa se almacenarán las tardes somnolientas, el vaho en la ventana y los troncos desnudos de los árboles. Hoy, el día juega con el abecedario y compone palabras locas, generosas y radiantes. Hoy, al fin, un aliento ha roto el lecho del invierno. Despierta un deseo. Despierta la primavera.

jueves, 21 de marzo de 2013

Respirar
YODONA (16 marzo 2013)



  ¡Disculpe! Una voz joven le avanza y se aleja con pasos apresurados. Por su aspecto, no debe de tener más de veinte años. El hombre observa esa melena oscura meciéndose calle abajo. Como suele ocurrirle, el presente se convierte en un billete al pasado y regresa a unos rizos parecidos. Esta vez, sin embargo, el mechón no tiene urgencias y lo enreda distraído en su dedo. La memoria recupera el tacto de la piel saciada, de unas sábanas de algodón recio, como eran entonces las sábanas, de olores compartidos y de una luz antigua de atardecer. El recuerdo tiene la dulzura de las horas suspendidas. Esas que, como motas de polvo, siguen flotando en la atmósfera de lo amado, convirtiéndose en nostalgia. De cuando en cuando, le gusta asomarse a su cielo perdido y dar mordiscos en el aire. Entonces, su boca se inunda del sabor de la fruta madura.

Nunca se pertenecieron, pero se regalaban el uno al otro. Hasta una tarde en que ella no apareció. Desde entonces, solo el azar se la mostró. Siempre lejana. Siempre ajena. Él no sintió cómo en el vientre de ella nacieron otros latidos, ni trazó los senderos de sus arrugas, ni acarició el cansancio de su cuerpo. Nunca le perdonó que no se despidiera. Ni siquiera para morir. Durante años no le pesó su ausencia. Pero ahora que el presente mira al pasado para sentirse vivo, su recuerdo se hace más persistente. Y también los reproches. No comprende su marcha, ni su silencio, ni su ausencia. Ni tampoco entiende que, a veces, a través de unos rizos de cabellos oscuros, ella le visita. Y él la respira.
Aullido
YODONA (9 marzo 2013)



  Llega de madrugada a casa, con los primeros rayos de sol. Va directo al baño. Necesita una ducha. Se frota con energía y deja que el agua caliente resbale por su cuerpo. Cierra los ojos y siente cómo el líquido arrastra hacia el sumidero una costra de oscuridad. Su corazón se acelera en una mezcla de temor, ansiedad y liberación. Ya está, ya pasó. Se acaricia el rostro y exhala un suspiro. De nuevo, la piel. Sus ojos ya no hierven. Los oídos dejan de auscultar la lejanía. Su garganta ya es capaz de articular palabras. Poco a poco, su columna vertebral se acostumbra a mantenerse erguida. En su boca, el sabor amargo del mal. La razón corre a ponerle a salvo de la locura y teje una red de excusas redentoras. Es tu naturaleza. No tienes la culpa. Es esta maldita luna llena…

Cuando salga de la ducha, de nuevo será él. El hombre que quiere ser. La furia se habrá ocultado en algún rincón inaccesible, pegada a los huesos, enredada entre las tripas, dormida tras los párpados. Y él fantaseará imaginando una vida sin noches de luz blanca. En esa existencia, los temores no se colarán entre las sábanas ni los minutos de recuerdos amargos jugarán a ser eternos. Si él no cargara con ese infame desconocido que comparte su carne y su sangre, ahora no estaría arrodillado bajo el chorro de agua caliente. Observando cómo los restos de su perfidia se pierden en un remolino. Ni tampoco guardaría en el cajón de la cómoda una pistola con una bala de plata. Último remedio a la espera de que lleguen unas manos que le amen. Y que aprieten el gatillo.

martes, 5 de marzo de 2013

Incertidumbre
YODONA (2 marzo 2013)



  ¿Se puede robar este segundo?, preguntó la incertidumbre. Capturarlo en una gota de ámbar. Dormirlo en un lecho de resina translúcida. Y, así, preservarlo del aluvión del tiempo que vendrá. No pido que se detenga el reloj, ni reclamo burbujas de evasión ni altos en el latido del mundo. Ya crecí y fui vencida y sé que es imposible dictar órdenes al destino. Soy la duda, el recelo, ese titubeo molesto antes de hablar, el paso incierto antes de elegir un camino. Pero, a pesar de mi naturaleza, ¿no podría apresar este segundo, este humilde instante de serenidad? Así, cuando las certezas se desmoronen, cuando el faro se olvidé de emitir señales y vuelva a perder el rumbo, miraré mi instante prendido. En su cápsula de líquido fosilizado, como si lo viera a través de un sol tostado, creeré que la vida no me huye. Oleré a campo recién despertado, a mar serena, a viento sabio que ha recorrido mil fronteras.

Si pudiera apresar este segundo, habría capturado la esencia para dejar de ser quien soy. Dejaría de preñar el vientre de inquietud. Ya no robaría el aire de los pulmones ni jugaría a atenazar el corazón. No permitiría que anidaran serpientes en la mente ni que su veneno cegara el pensamiento. Despejaría la niebla, sembraría un camino para tomar y apartaría los guijarros. Si pudiera paralizar este segundo de paz en el ámbar eterno, sabría cual es el paso siguiente al primero. Me carcajearía de oráculos, brujos y chamanes. Enterraría los interrogantes. Y engañaría a mi alma haciéndole creer que existe la sólida verdad de un instante.

viernes, 1 de marzo de 2013

Solo madera
YODONA (23 febrero 2013)



  Quiero volver a ser madera, dijo el hombre que fue niño y, antes, marioneta. Quiero despegarme de mi piel, mis ojos, mis manos y mis labios. Dejar de ver y de sentir. Quiero callar y que no me alcancen las palabras. Convertirme en materia. Noble, sólida, cálida. Un leño aún sin forma, tosco, salvaje, capaz de serlo todo. O de quedar en nada. Quiero una vida suspendida en el tiempo. Desprendida de los días que no deberían amanecer, de la procesión de minutos cárdenos que tan solo saben seguirse unos a otros, pasos que no levantan la mirada del suelo.

Quiero volver a ser madera. Sin carpintero que me convierta en títere ni milagro que me haga de carne y hueso. Solo la verdad de un principio. Un tronco para desprenderme de la corteza, librarme de las astillas, deshacerme en serrín y descubrir nuevas formas bajo la áspera cubierta. Un rostro nuevo, una mirada virgen, unas manos inexpertas, unos labios aún sin besos. Me puliré lentamente, sin prisas. Rebajaré las aristas, me libraré de asperezas y barnizaré mi nueva piel.

Quiero ser madera y protegerte del frío, dijo el hombre que fue niño y, antes, marioneta. Refugio para cuando atruene la tormenta o el viento ulule leyendas de pesadilla. Dejaré que me tomes en tus manos, cortes los hilos antiguos, acaricies mis nuevos pliegues y, al fin, te calientes con mi fuego. Bailaré para ti la danza más hermosa. En mi crepitar te susurraré las más bellas palabras de amor. Me convertiré en energía. Y sobre las cenizas dibujarás mi memoria.