sábado, 29 de diciembre de 2012

Suerte
YODONA (22 diciembre 2012)



  Un gato negro cruzó, altanero y remolón, de lado a lado de la calle. Pasó por debajo de una escalera. Se coló en la ventana del número 13 y se asustó al ver su reflejo en un espejo roto. Amarilla es la mala suerte. Amarillo el reverso de la fortuna. Amuleto. Talismán. Conjuro. Crucemos los dedos, que no nos atrape el mal de ojo. Pero no hay suerte sin mala suerte. Ni mejor ventura que vencer a la pérdida.

A veces la suerte se torna chiquita. Tan nimia que apenas es perceptible. Es un aliento. Un latido. Si acaso, la sensación de seguir vivo. Otras, la fortuna se viste de largo. Y nos regala una caja enorme de risas, amores y la fuerza de poder con todo. Son los días de vino y rosas. Los de la piel encendida y los pasos firmes que se comen el mundo. Pero, de repente, el camino se tuerce y a la vuelta de la esquina topamos con hados que se ríen de nosotros. Caprichosos, desvían el rumbo, tuercen lo recto y esconden tachuelas en el empedrado. Así, tropezamos. Así, nos perdemos. Mientras, la buena estrella elige a otro mortal a quien iluminar. Con la suerte no hay pactos ni deudas. Bienvenida cuando llega. Cruz y raya cuando se va. Demasiado voluble y altiva como para prestarle nuestra amistad. Mejor no esperarla. Mejor no añorarla. Aunque, inevitablemente, hay días en que anhelamos su compañía. Junto a ella, sentados en un banco, podríamos contemplar cómo un gato negro se despereza en medio de la calle. Frente a él, en el escaparate, se expone el capricho de una combinación de cinco cifras en un número de lotería… Suerte.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Soñar
YODONA (15 diciembre 2012)



  No. Aquí no puedes entrar. Derecho de admisión. Cierro los párpados. Cubro los oídos. Oprimo los labios y el mundo entero se desvanece. Los tabiques de la realidad se derrumban y lo palpable se torna incorpóreo. Solo queda un infinito desnudo donde volver a parirme. Una y otra vez. Nacer del útero de las quimeras. Respirar en una atmósfera sin gases. Y despertar con la mirada nueva. Sin axiomas ni dogmas ni ortodoxias. Sin diccionarios ni leyes ni rutinas. Soñar. Imaginar. Fantasear. Alargar los brazos y con las palmas de las manos acariciar rostros esquivos, dibujar castillos en el aire y bendecir cada respiración. Introducir en un sobre la inquietud y depositarlo en el buzón del olvido. Y crear un no lugar por el que se paseen monstruos y broten paraísos. Posibles e imposibles. Un no tiempo donde arrodillar el pasado y el futuro. Aquí, en la burbuja intangible, no hay verdades, ni horarios. Y los amaneceres se despiertan cuando la noche fría amenaza con colarse por el ojo de la cerradura.

En las calles de los sueños, un empedrado de caprichos cubre los caminos. Azulejos de espejismos. En las fachadas no hay nombres ni números ni señales. El destino no existe, tan solo un laberinto que juega con las direcciones. En el aire, pompas de jabón que contienen el aliento del deseo. Burbujas llenas de ecos que quizá nunca existieron. Y, en la mano, una bola de cristal que cobija los anhelos. Al agitarla, la nieve baila y el sueño, tímido, ahora se muestra, ahora se oculta. Por eso, no. Aquí no puedes entrar. Aquí, solo yo y mi soledad.

martes, 11 de diciembre de 2012

Tras la mirada
YODONA (8 diciembre 2012)



  Mirada de un rostro sin nombre, de una máscara apenas vislumbrada. Un tropiezo en un café o en un vagón de tren o en un deambular distraído por la calle. No más que un instante, un segundo fugaz en el que apenas reparamos en el tono de su iris. Cortinas descorridas. Ventanas abiertas. ¿Qué descubriríamos si nos asomáramos? Impregnados en las pupilas de ese desconocido quizá hay paisajes que nunca veremos, rostros que ya no están, historias de amores apasionados o escenas de un horror indescriptible. Evocaciones con sabores, olores y texturas convertidos en formas, siluetas y manchas. Todo ahí, impreso para siempre, huellas imborrables para la memoria o imágenes desterradas al silente mundo del subconsciente. Pasto de sueños benditos. Pesadillas inmisericordes.

En la mirada, como en los surcos de un disco de vinilo, se aloja todo lo visto. Lo que se comparte y lo que se esconde. Lo que nos llena de orgullo y lo que nos avergüenza. Los ojos, testigos sempiternos de todas las contradicciones, recolectores de visiones que son emociones, registran y callan. Registran y callan. Millones de tomas almacenadas en la biblioteca de los sentidos. Estanterías infinitas clasificadas por el color del recuerdo. Amarillo para todas las mañanas que empezaron con una sonrisa. Naranja para las tardes plácidas, adormecidas. Rojo para todos los momentos en los que el corazón se encabritó. Azul para el frío, también el del alma. Violeta, séptimo y último color del arco iris, la antesala de lo prohibido. Y el negro, un difuminado de lágrimas.

martes, 4 de diciembre de 2012

La noche
YODONA (1 diciembre 2012)



  Farola, focos, fogata. Luz que rompe esa nada que cubre la mitad de nuestra existencia. Escenario de cuentos infantiles. Territorio hostil de nuestros miedos. Condenados por el tiempo, hemos creado mil conjuros para romper la noche. Brujas danzando para espantar la oscuridad. Velas en las ventanas para alejar a los espíritus. Candelas para mostrar el camino a los perdidos. En las estancias de tiempos pasados, bajo el ocre mortecino de un candil, un músico compone luz para la eternidad, un escritor lega versos de sol a la humanidad. Sueños para romper las sombras. Un navajazo a las tinieblas. Un desgarro al lugar donde habitan los monstruos, al vacío colmado de incertidumbres.

Negro sobre los colores de la luz. Amarillo, cian y magenta sepultados por las manecillas inclementes del reloj. ¿Dónde quedó nuestro mundo al ser traicionado por la paleta de un pintor siempre de luto? Si las hojas no son verdes, ni el tronco castaño, ni el fruto rojo, ¿dónde está ese árbol bajo el que descansábamos el verano pasado? ¿Cómo es el rostro amado cuando lo visita la oscuridad? La mirada ya no es un océano donde perderse o un manto pardo donde refugiarse. Los labios no son de fresa, ni la tez un atardecer. La luna nos roba los colores y, sin ellos, en un arco iris de grises, la vida juega al escondite. A tientas perseguimos una realidad dormida, mientras las equívocas apariencias se burlan de nuestra razón. Sin luz no hay axiomas, ni dogmas, ni certezas. La verdad se pierde bajo el aliento espeso de la oscuridad. La nada anda cubierta de noche.