jueves, 18 de marzo de 2010

Soy esa mujer tumbada en el suelo. Estoy en medio del comedor, el frío de las baldosas va impregnando mi piel, nunca me había dado cuenta de cuán irregular es la superficie del techo. Debajo del sofá hay una capa espesa de polvo y las patas de las sillas están un poco desconchadas en la base. Aquí, la temperatura es un poco más fría, se cuela aire por la puerta del balcón.
En realidad no sé qué hago así. No me tumbaba en el suelo, sin hacer nada, desde que era niña. De repente, me han dado ganas. Justo después de que él se fuera. En este mismo lugar, hace apenas unos minutos, descansaban sus cajas y sus maletas. Aquí también nos hemos dado un beso. Supongo que el último. Con sabor a prisa y despedida. Quizás debería llorar, pero no, en realidad no quiero. Me siento extraña, pero no triste.
Extiendo las piernas y los brazos, y me convierto en una X trazada en el suelo. Un signo de multiplicar. Una tachadura o una elección. Una incógnita. Una clasificación no apta para menores. ¿Por qué me siento tan bien aquí tirada? Niña, te vas a ensuciar, levántate, ¿no ves que te arrugas la ropa? Venga, ya eres mayorcita para tanta tontería… ¿Por qué hice caso? Me senté y me olvidé de volar. Apoyé las manos en el suelo y ya no fui la princesa del cuento. Me incorporé y me encontré con un amor de noches aburridas frente al televisor.
El techo es un papel en blanco. Alzo la mano y bailo sobre él. Mi pie marca el ritmo y dibuja en el pavimento un galimatías de notas y pentagramas. Si pruebo a rodar, mis ojos chocan con el suelo. Las palmas de mis manos palpan la superficie lisa y fría, templo mi frente con su frescura y sueño que abrazo una nueva partitura, una melodía que vuela por el cielo, con princesas y noches de luna, caballeros y dragones.
Sí, se está bien aquí abajo.

domingo, 14 de marzo de 2010

Soy ese gesto mil veces repetido. Perfectamente medido en su inconsciencia. Un pulgar y un índice que se rozan nerviosos. Una barbilla descansando en una mano. Una presión en un brazo. Un bufido en un mechón desmelenado.
A veces, apenas soy perceptible. Un refugio furtivo que mi dueño construye a toda prisa para ocultar un momento de incertidumbre o ahogar un bostezo delator. Quizás ni siquiera él sabe que existo. Una expresión del cuerpo robada a la razón.
Mi nimiedad me convierte en el triunfo de quien me descubre. La llave escondida que abre la puerta trasera de las emociones clandestinas. Puedo henchirme de ira y convertirme en la cloaca de las miserias, entonces sentirás miedo al verme nacer. Pero también puedo ser esa caricia que te adormece el alma, ese beso que te hace enloquecer, la sonrisa que te colma.
Soy la seña adorada por el amante. El trazo grabado en la memoria. El mapa del tesoro del pirata. Pero el día que el amor se va, quizás me convierto en el objeto del odio. El concentrado de todo lo aborrecido. La esencia de la tristeza o del hastío o de la decepción. La ruta que lleva a un cofre vacío que ya nadie quiere poseer.
Soy el reflejo de la pasión. La contraseña de la mente. El mensaje sin voz. Ya sabes, un fruncido en las comisuras de los labios. Un roce en el lóbulo derecho de la oreja. Un pellizco en las uñas. Sé que apenas me das importancia. No dejo de ser un gesto insignificante. Breve. Minúsculo. Casi invisible…
La prueba de tu humana vulnerabilidad.

sábado, 6 de marzo de 2010

Soy la celosa. La que en estos momento imagina que estás con otra y no soporta el dolor. Cuando llegues, oleré tu cuerpo, tu camisa, tus calzoncillos, buscando sus restos. En un momento de descuido, revisaré tu móvil. Si en el registro de llamadas hay un nombre de mujer, enloqueceré. Y, si no lo hay, tendré el convencimiento de que lo has borrado. Enloqueceré también. Trataré de no preguntarte. Pero sé que al final escupiré alguna sospecha. Tú te enfurecerás o callarás, harto de mi desconfianza, o quizás tratarás de borrar mis dudas con una caricia. Pero la rata que me come las entrañas no dormirá. Yo continuaré creyendo que me mientes, que ya no me amas, que hay otra a la que regalas tus besos y tus caricias, y seguiré volviéndome loca. Loca.
Sonríes a la nada. Pareces absorto. Ya no me amas. Ya no me deseas. Me visto para ti, adelgazo para ti, cocino para ti, pero hay alguna puta en la calle que te da más de lo que yo puedo darte. Hoy has tardado en devolverme la llamada. Cincuenta minutos. Cincuenta minutos en los que he llorado rabia. Dices que te ahogo con mis sospechas. Pero soy yo la que tiene la soga al cuello. Y, cuanto más te alejas, más ciñes el lazo. Me estrangulas con tu indiferencia. Tu silencio es la opresión que quiebra mi cuello. Los besos robados me están robando el aire. Ya no puedo respirar. No te vayas. Deja que me agarre a ti. Si me sueltas, moriré.
¡Ijjjj! ¡Ijjjj! Grita la rata. Y su chillido desesperado golpea mi cabeza. Trata de encontrar una salida y no la encuentra. Rasga mi vientre con sus uñas, muerde furiosa mi vagina y, ciega ella, ciega yo, seguimos enloqueciendo día a día. Juntas. Locas.